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Lozano y los otros

Antes de que Zaplana adjudicase Fitur ocho años seguidos a la misma empresa, como cuenta Francisco Correa, el de la Gürtel, antes de que las casas se cayeran a pedazos a los dos años de la entrega de llaves, hubo vida. Hacia 1980, pongo por caso, Josep Lozano, el escritor, se había sacado de la manga la novela valenciana. No es que no se produjeran tentativas más pioneras, es que no fueron tan acertadas. Y eso que Crim de germania es más un relato que una novela al modo tradicional, más un conjunto de murales y tapices que un tejido unitario. La novela, que sigue viva y bella, combina intensidad y sinceridad, barroquismo y cirugía: un libro capaz de cambiar al lector. Lozano vuelve, con Palus Nacararum, poemas dedicados a l´Albufera, sí señores.

El otro día en Cullera le hicimos un homenaje. No soy muy partidario de este tipo de actos un poco falleros, salvo que se trate de Lozano y que, además, me líe Manel J. Arinyó, una perfecta mezcla de Jordi Hurtado y Groucho Marx. Lozano es disponible, gentil y un poco patidor. Lo constaté en nuestro primer contacto, hace muchos años en una lejana galaxia, y lo sigue siendo ahora. ¿Cómo ignorar a un tipo así que, además ha convertido Els sopars Estellés en una liturgia laica „disculpen el oxímoron„ que recupera al poeta que mejor retrató nuestro ser y hasta nuestro no ser. La posición de la literatura en valenciano respecto de Barcelona es aún más periférica que la de nuestros autores en castellano respecto de Madrid, tómenlo como gusten.

Con la Fira del Llibre, cada autor llega con su deposición (en el sentido del derecho canónico) bajo el brazo: conviene recordar que hay tanta diversidad de escritores como de curas. Ya hace cuarenta años de casi todo, por ejemplo de que nos dejara Passolini (ese irá para otro día) quien era capaz de ofrecerse, con su título de periodista, para hacer posible un periódico con el que no estaba de acuerdo y cargar con las querellas (lo cuenta Erri de Luca en La palabra contraria). Conozco a un director de aquí que hizo lo contrario: ponía a un propio titulado para burlar las balas.

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