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Guiados por las circunstancias

En estas últimas décadas, la psicología ha empezado a relativizar la importancia del carácter para poner el énfasis en las situaciones. ¿Cómo reaccionamos ante determinadas circunstancias de la vida o ante eventos concretos que nos ponen a prueba? Se sabe, por ejemplo, que el estrés crónico resulta especialmente dañino durante la infancia. Se sabe que, a nivel social, el paro de larga duración deriva en un incremento de las tasas de depresión o del alcoholismo. Se sabe que los países funcionan mejor cuando hay determinadas virtudes que los cohesionan, de la tolerancia al respeto, del esfuerzo y el ahorro a la fiabilidad. La pluralidad, sin embargo, introduce un componente de riesgo para el que no siempre estamos bien preparados. En un ensayo que publicó Saul Bellow a mediados de los años 70, el novelista de Chicago argumentaba que el principal problema de nuestro tiempo es el ruido: «No tanto el ruido de la tecnología, del dinero, de la publicidad, de los medios o de la mala educación, como la terrible excitación y distracción que genera la inestabilidad de la vida moderna». Cabe preguntarse, por ejemplo, qué sucede cuando en lugar de la confianza situamos la sospecha patológica en el centro mismo del debate político. O la inseguridad. O el pesimismo. Son estas circunstancias las que, en buena medida, marcarán el tono de nuestra seguridad emocional.

Es algo que podemos comprobar casi a diario, como nos recuerda David Brooks en un inteligente artículo para The New York Times. La desconfianza se mezcla con el miedo y una cierta angustia. La actitud deriva en un catenaccio que, a menudo, se mueve entre el cinismo, el pánico y un idealismo ingenuo e inoperativo. La moderación cotiza a la baja. Así, se le ha criticado a Rajoy su tibieza con el independentismo catalán, a pesar de que ha sido precisamente el empecinamiento de Mas con el edén de la identidad única el que ha conducido a la Generalitat catalana a un callejón sin salida. La mano dura de Merkel con los países periféricos no ha servido ni para atajar el déficit ni para impulsar el crecimiento, sino más bien para aletargar la recuperación (hay que recordar que fue Mario Draghi quien salvó a Europa del abismo). En Francia, el socialismo de Manuel Valls pretende frenar el crecimiento del Frente Nacional y el retorno al poder de la derecha mediante un discurso fundamentado en la disciplina y el rigor. Las élites financieras admiran el carácter autocrático y eficiente de buena parte de los países asiáticos. En clave netamente española, el PP cifra sus posibilidades electorales en que cuaje la idea de que ellos son el garante del orden y del crecimiento económico frente al caos que traería la izquierda. El temor a la catástrofe orienta nuestro particular análisis de la realidad. Y, por supuesto, nos sitúa a la defensiva.

Frente a una mirada optimista que confía en las posibilidades abiertas del futuro, la Europa actual sigue guiada por la noción de la decadencia. Quizás sea una cuestión demográfica, una consecuencia del envejecimiento de la población. Pero no sólo eso. Se teme a la inmigración „un proceso inevitable„, al terrorismo, a las pandemias globales, a la transformación económica y al debilitamiento del Estado del Bienestar. A sus 91 años, el multimillonario estadounidense Charlie Munger declaraba hace unos días que hay prepararse para un próximo medio siglo que será más difícil que el anterior. Si las circunstancias cambian, ¿cómo las afrontaremos? ¿Con qué altura de miras? ¿Con qué inteligencia? Esta es una responsabilidad que atañe a la clase política, también a los medios, pero sobre todo a lo que hemos convenido en llamar sociedad civil.

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