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Tres dies de jugar, envolar el «cacherulo» i després a berenar

Excepto en los poblados marítimos de la capital y algunos pocos pueblos, a los valencianos más que por la austeridad de las procesiones penitenciales de la Semana Santa, nos da „antropología mediterránea„ por lo lúdico de la Pascua, a la que siempre le hemos dedicado tres días como bien dice la canción popular: «Tres dies de jugar, envolar el ´cacherulo´ i després a berenar».

Los tiempos modernos nos han dejado la Pascua en dos días, domingo y lunes, antes eran tres, en que por las tardes se iba a los espacios libres y parajes naturales „en Valencia al cauce del río„ a pasar una tarde de lo que los americanos finos llamarían «pic-nic», con la infaltable mona de Pascua cargada con uno o dos huevos duros que hacíamos estallar en la frente de alguien del grupo.

Los niños más afortunados, con más poder económico o padre mañoso iban con su cometa a cuestas y aprendíamos la delicia de hacer volar los curiosos objetos con distintas formas geométricas, hechos de cañas y carteles de cine u hojas de periódicos, siendo el principal secreto una buena cola de tiras de tela que ejerciera el adecuado contrapeso.

La palabra «cacherulo» no hay que «txapelizarla», es decir, meterle la «tx» tan de moda y recurrente, porque es una palabra «churra», un «turolismo» que nos bajaron los de Teruel y cuya historia sería interesante reconstruir, siendo para ello necesario remontarse a época «morischa» que los valencianos teníamos y también casi hemos olvidado. En sentido estricto es el pañuelo anudado a la cabeza del baturro, signo de identidad aragonesa en las fiestas del Pilar y cuando se anda de jotas. Tal vez, por no saberse con que nombre bautizar el artefacto se le puso el de «cacherulo», cualquier cosa, como que se le hubiera podido llamar «chirimbolo».

Las tradicionales fiestas de Pascua se nos van. Antaño íbamos en corros de amigos y amigas, de familia, se saltaba a la cuerda, se jugaba a «el joc de la penyora», «el gat i la rata», «churro va», «s´han cagat en la escaleta»..., «se ballava la tarara, se berenaba a base de mones, panquemaos i llonganissetes». Por las noches los mozos y mozas cenaban y bailaban, haciendo rancho aparte, surgiendo en aquellas por entonces atrevidas reuniones los primeros noviazgos, embarazos y bodas. Para los que no tenían suerte en el amor, había una cancioncilla que se cantaba mientras se saltaba a la comba: «Dicen que santa Teresa/ cura a los enamorados;/ la santa podrá ser buena,/ pero a mí no me ha curado».

Eran tiempos de juegos populares y disfrute de los espacios al aire libre aprovechando que se estaba en el inicio de la primavera, la que saca a los valencianos en masa de las casas a la calle que es su hábitat natural. Tiempos distintos a los nuestros actuales y que harían exclamar al clásico latino: «O tempora, o more».

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