Puede gustarnos o no, podemos mirar para otro lado o escudriñar en las entretelas para buscar argumentos descalificadores, incluso podemos asirnos al refrán fatídico de «más vale malo conocido que bueno por conocer». Todo eso podemos hacer, pero en nuestro país, estado o nación, se está produciendo una revolución nueva, incruenta, pacífica, razonada, que ha fraguado llevándose por delante el pasado y poniendo al descubierto las vergüenzas de unas instituciones escayoladas.

El viejo sistema no tiene respuestas, y ha reincidido en sus errores, ha hecho caso omiso a las advertencias sociales y ha abusado, hasta extremos inconcebibles, de privilegios y artimañas hasta agotar la credibilidad maltrecha del personal. Ya ven, la religión se ha caído por el barranco del abuso y ahora de la oficialidad del BOE. Creer en dios mejorará el currículo, y eso parece que es un logro cuando es un desprestigio. La monarquía trata de recuperar una modernidad que nunca tuvo porque es incompatible con su origen. El parlamento es un juego en la tablet, y los escaños se vacían cuando habla el contrario que no merece ni ser escuchado. Mientras, los juzgados multiplican su trabajo ante tanto delincuente de corbata y carnet.

Por eso aparecen nuevas opciones. Es inevitable ante una decadencia excesiva. Es lógico que aparezcan voces que prometen e ilusionan mientras los agoreros, amarrados a los privilegios del poder, dicen que nada es posible fuera de ellos, que la complejidad de gobernar impide soluciones diferentes, que es mejor más de lo mismo que intentos de cambio. Y pretenden asfixiar cualquier alternativa que tachan de aventurera porque no quieren mirar otra cosa que su propio ombligo corrupto y caduco. Porque no quieren conocer la realidad de la calle, nuestra calle, aquella que dio cobijo a unos movimientos sociales con forma de semilla ¿Por qué hicimos calles? Se pregunta el poder, ¿por qué no son todas privadas? Y sueñan con espacios exclusivos que no solo son de ellos, sino que excluyen a los demás. Como los modelos que visten, exclusivos, como las urbanizaciones que habitan, exclusivas, como el lujo de sus viajes, exclusivo. Y creen que representan a alguien, cuando la exclusión nunca ha sido el método.

Mientras, los nuevos vientos, arrasaran con su sombraje, aunque sigan diciendo que no es posible.