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Recuerdos de Pedro del Hierro

Aunque una precaria salud determinó, hace ya doce años, su retiro y la posterior asignación de su firma „desde 2012 en las buenas manos de Carmen March„ quiero recordar su personalísima actividad en uno de los puestos más singulares y creativos de nuestra moda.

Pedro del Hierro fue un caso aparte, una curiosa mezcla de artista y hombre práctico, con la clara visión del que avizora los cambios de un mundo en constante transformación que debe reflejarse en los planteamientos del vestir. Hijo de pintor (y excelente dibujante él mismo), habituado desde la infancia a vivir en un ambiente de alto nivel artístico y cultural, Del Hierro no dejó nunca de cultivar la sensibilidad y su afición, llegando a redondear una considerable colección personal de obras de arte.

Pude compartir con él muy gratas horas en distintas ocasiones, algunas formando parte del jurado de varios concursos, y nuestras conversaciones sobre cualquier tema eran siempre interesantes e ilustrativas. Por ejemplo, él me dio a conocer hace años, mucho antes de su difusión pública, las obras de Navarro Baldeweg o de Jaume Plensa, además de explayarse acerca de su concepto de la moda como «diseño con función», base de su bifurcación estético-utilitaria. La sólida formación de Pedro le permitía, como ha señalado la escritora Rosa Mª Pereda en su libro Vestir en España, «ser un de los modistos mejor preparados para responder al reto que les plantea la modernidad: dotar de un discurso intelectual a su creación».

Armar y desarmar. Conocer a fondo los cánones, y saltárselos limpiamente desde el firme trampolín del dominio técnico. El manejo asombroso de la asimetría fue una de las características de Pedro del Hierro que él llamaba«la estética del defecto». Una ruptura de la unidad, una especie de desdoblamiento, que algunos pretenden con resultados nefastos, y que con él lograba sorprendente armonía en complicados patrones. Esa particularidad, junto con un especial amor por la combinación de tejidos cuidadosamente escogidos y colores a veces insólitos, sellaba la original fusión clásico-barroca en las creaciones del modisto madrileño, que diseñó también ropa masculina a su imagen y semejanza, con cierto aire neorromántico filtrado a siluetas de impecable actualidad.

Poco después de su primera colección, Pedro del Hierro fue el último que ingresó, en 1976, antes de cumplir treinta años, en la memorable y ya crepuscular Cámara de la Alta Costura, junto a pesos fuertes como Pertegaz, Pedro Rodríguez o Elio Berhanyer. Y fue también, ya con su etiqueta de «maestro», el que supo pasar a los nuevos formatos del prêt-à-porter, llevando su moda primero a El Corte Inglés, integrándose después en el grupo Cortefiel, y logrando así la permanencia de su firma. Hace cuatro años visité en Madrid la exposición que le dedicó el Museo del Traje, y esa es la última y bella imagen que conservo de la original personalidad de un diseñador cuya enorme capacidad artística no le impidió evolucionar al compás de los tiempos.

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