Hiriko es una historia de amistad, iniciativa, riesgo, innovación, proyección y esfuerzo, de rozar el éxito con la yema de los dedos, fracasar y, acaso, de volver a intentarlo. Ahora que Heidi cumple 40 años puede parecer que Hiriko es un personaje de dibujos animados japonés pero es un coche eléctrico vasco pensado para recorrer las ciudades en alquiler y aparcar en poco espacio porque se plegaba sobre sí. Lo conozco por el estupendo relato del periodista J. A. Unión.
Es una historia de amistad porque la protagonizan seis empresarios vinculados al PNV. Es una historia de riesgo empresarial porque la financió casi por completo el dinero público (14,7 millones de euros del Gobierno central y 2,7 del vasco). Los amigos del PNV son amigos a su vez del Gobierno vasco y del español porque obras son amores y es mezquino relacionar la necesidad del PSOE de aprobar los presupuestos generales de 2011 con las subvenciones. Los emprendedores tuvieron la iniciativa de pedir ese dinero para convertir en realidad un diseño del Instituto Tecnológico de Massachusetts „que aportó la innovación„ y también la de crear un entramado de sociedades diseñado para que, si el proyecto funcionaba, ellos llevaran todos los beneficios y, si fracasaba, las administraciones no recuperaran un euro, según el fiscal.
El esfuerzo estuvo del lado de los 25 empleados que dispusieron de un año para lo que los gigantes del automóvil emplean entre 200 y 300 personas durante dos años y llegó al paroxismo a la puerta de la sede de la Comisión Europea en Bruselas, de madrugada, cuando un grupito, con secadores de pelo, intentó reparar la parte electrónica sensible al fío y la humedad belgas. No lo lograron pero alcanzaron la proyección: el presidente europeo Durao Barroso respondió a la crisis fotografiándose dentro del cochecito. Hiriko „pendiente de sentencia„ fracasó como antes Epsilon, un coche de Fórmula 1. Volverán.
