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Menos entusiasmo

El Siglo de las luces, el Siglo de la novela, el Siglo de oro, el Siglo de la grasa? Hay tantos siglos como ustedes quieran. De este último, del de la grasa, no había oído hablar nunca hasta ayer mismo, en una cafetería en la que apuraba mi gin tonic de media tarde sin meterme con nadie. Se lo explicaba un padre gordo a su vástago obeso:

„Tú y yo vamos con los tiempos, hijo, acabo de leer en el periódico que éste es el Siglo de la grasa.

Será el siglo de la grasa en Occidente, pensé yo, porque hay lugares donde parece el siglo de los huesos. Y hablando de huesos, me ha llamado la atención el descubrimiento, en Cantabria, de la llamada Dama Roja. En realidad, no son más que los restos de un esqueleto, supuestamente perteneciente a una mujer del Magdaleniense (hace unos 18.000 años), que tienen la particularidad de estar tintados de ocre rojo, una pintura hecha a base de óxido de hierro.

¿Quién tintó los huesos que además, procedían de lo que se conoce como un «enterramiento secundario», es decir, que habían sido trasladados desde una tumba a otra?

Todo esto, especialmente a la hora del gin tonic, nos lleva a preguntarnos cuándo apareció el individuo. O cuando apareció el otro como alguien diferenciado de uno mismo. Si buscamos en Google «El siglo del yo», aparecen varios artículos sobre un documental realizado por Adams Curtis en 2002 para la BBC y en el que se califica de esta forma al siglo XX. Curiosamente, el siglo del yo o del individualismo es también el del control de las masas a través de la publicidad y otras técnicas que se desprenden de los avances de la psicología. Significa que el máximo grado de autonomía del yo coincide con su cénit de dependencia.

El mayor exponente de esta paradoja es la sociedad de consumo: nunca antes hemos tenido tanto donde elegir, pero jamás habíamos estado tan determinados por la propaganda. Así las cosas, resulta imposible averiguar si vamos hacia la disolución del yo o hacia su consolidación. De momento, en los enterramientos actuales se empieza a observar menos entusiasmo que en los prehistóricos.

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