Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jesús Civera

Sin equívocos y con iconos

El líder de EU, Ignacio Blanco, dibujó ayer unas líneas políticas en las que, al final, se advertía un enérgico homenaje a la izquierda clásica. Nada de ambigüedades, ni de inmersiones en el nuevo diseño sociológico de la ideóloga de Podemos, Chantal Mouffe, bajo el sello de los de arriba y los de abajo, del pueblo y la casta. A pesar de sentarse al lado de Alberto Garzón, a quien también inspira el nuevo concepto del «populismo necesario», Blanco, quizás porque es valenciano y Valencia es una explosión de extremos y ardores, no se sintió hechizado por los sibilinos rayos «pospolíticos» de las Mouffe y los Owen. A saber, comisión de la verdad, banca nacionalizada y pública, rescate de las áreas de salud medioprivatizadas, fin de los privilegios de la iglesia católica, supresión progresiva de los conciertos educativos, y esto rebañado con el menú habitual: de la RTVV a la financiación, pasando por la corrupción endémica. Se estará de acuerdo, o no, pero esos manteles desplegados por Blanco rehuyen los equívocos y reniegan de los masivos malabarismos lingüísticos. Y sobre todo, ya está dicho, impugnan la postpolítica -la postmodernidad, con muchos años de retraso, entra en la política por la puerta grande-, que es ese credo tan de moda que niega el conflicto político, se evade del historicismo y da por amortizado el relato de las ideologías, no digamos ya de las clases. Ni izquierda, ni derecha. Pueblo y élites. Y al lado, un jabón. Frente a eso alzó la voz Blanco. (Sus propuestas, sobre esto o aquello, pueden parecer añejas o renovadoras, víctimas del pasado ineficaz o inmisericordes con ciertos aspectos de un presente ya consensuado, pero el discurso, desde luego, no alimenta el guirigay. Al pan, pan.

La purificación. Rafael Hernando, uno de los príncipes del PP de Madrid, se reunió ayer con la flor y nata del PP de aquí para constatar lo que era obvio: los pozales repletos de barro que descolgaba su partido por la meseta y que pusieron perdido al PP valenciano, desde Camps hasta el último conserje implicado en los escándalos. La estrategia era infantil pero certera. Mientras se criminalizaba a los valencianos, se diluían los casos de corrupción que estallaban en Madrid. Al fin y al cabo, ¿quiénes son los valencianos? Si exceptúamos a Rita y a dos más, entre ellos González Pons, apenas cuentan en el firmamento del PP nacional. Hernando, ayer, vino a expiar sus culpas pisando el lugar del crimen. Un reconocimiento de la vieja incuria. Es evidente, sin embargo, que ya no importa esa invisible red feudal según la cual el PP de allí transformó al PP de aquí en un icono universal de la corrupción aunque ni el contenido ni el número -como se constata en las estadísticas- sobrepasara los abusos cometidos en la ciudad de los ministerios. Y en cualquier caso, a igualdad de escándalos, siempre conviene que los de Madrid -donde tantos intereses financieros y políticos se acumulan- se perciban amortiguados. Basta constatar, para reivindicar lo que digo, el trato que se le ha dado a Esperanza Aguirre, que albergó en sus consejerías y ayuntamientos a una falange de imputados, hoy dimitidos. La «jefa» de todos ellos regresa a la alcaldía de Madrid por la Puerta de Alcalá, mírala, mírala.

Compartir el artículo

stats