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Matías Vallés

El líder es Romeva, no Guardiola

El pánico al independentismo catalán, pese a que se halla en su peor momento según las encuestas de la Generalitat, ha desviado la atención del escoramiento del mapa político de Cataluña hacia el progresismo radical. La lista soberanista encabezada por Raül Romeva obtendrá probablemente el primer puesto, a falta de definir su proximidad a la mayoría absoluta. La segunda posición está reservada para Podemos, con todos los respetos para las denominaciones chiripitifláuticas de las candidaturas: Sí se puede, Así ya podrás, Catalunya porque sí. La línea de salida electoral está controlada por dos opciones de orientación ideológica similar, no importa que se empotre en una de ellas a espontáneos como Artur Mas. Mejor todavía, el antiguo líder ecosocialista y el activista vecinal que encabezan ambas plataformas podrían intercambiarse los puestos, sin que el trauma superara a la contemplación en una misma candidatura de exdirigentes de Iniciativa y de CiU. ¿Dónde queda la derecha? No se presenta porque Rajoy considera que la mejor forma de solucionar los problemas consiste en ignorarlos.

El Barça es notablemente más poderoso que el independentismo catalán. Por tanto, el club azulgrana siempre será visto por el madrileñismo como un enemigo de mayor envergadura que los soberanistas. De ahí que la fascinación por la lista arcoiris, que parece extraída de la difusa nube de internet, se haya concentrado en la incorporación retórica de Pep Guardiola. El entrenador resulta más apetecible como presa que candidatos de discreta notoriedad. La fijación por el último de lista no es el menor error de quienes han de combatir la candidatura separatista dialécticamente, aunque el derretimiento neuronal acelerado por la canícula multiplique las apelaciones facilonas a sacar los tanques a la calle.

Tras una sesión de musculado, el independentismo catalán se vuelve sexy y levanta pasiones del primero al último de la fila. Ha partido a la carrera hacia unas elecciones donde Ciudadanos aporta el único contrapeso de centroderecha por incomparecencia del PP. De nuevo, el peligroso no es Guardiola, es Romeva. No le hace justicia el hermanamiento tópico con Varufakis, asignado a toda persona con un cuello más ancho que la cabeza. Por qué no compararlo más exactamente con Albert Rivera, en cuanto candidatos articulados con capacidad para para seducir a votantes hartos del semblante cariacontecido de Rajoy.

En virtud de su nacimiento, el madrileño Romeva aspira a independizar a Cataluña de España, en tanto que el barcelonés Rivera pretende gobernar España con un partido creado en Cataluña. En medio del silencio estrepitoso del bipartidismo, cuesta decidir si son más ingenuos quienes menosprecian al número uno de la candidatura independentista como «un exeurodiputado» sin derecho a nombre propio, cuando no yerran directamente su apellido en Romera, o Artur Mas al entregarle un liderazgo bajo promesa de devolución. El antiguo dirigente de Iniciativa no cederá fácilmente su primogenitura, ya ha esbozado su título de propiedad en diversas entrevistas. Alberto Garzón sentencia que «la lista independentista es un disfraz que busca situar a Mas como presidente», en otra prueba de que IU se derrumba porque no acierta en ningún análisis. El president de la Generalitat ha entregado su cargo, de modo inconsciente o no. Cuesta encontrar en el mapamundi a un gobernante que se refugie en la cuarta posición, por detrás de tres aficionados hostiles ideológicamente y con la pretensión de recuperar el mandato. Bueno, si exceptuamos a Putin.

Intromisión personal: he sido testigo de la hiperactividad de Romeva en el apolillado Parlamento Europeo. No en una visita turística regada con fondos públicos, sino en una jornada de trabajo. El hoy líder independentista se manejaba con soltura dominante entre erurodiputados de diverso pelaje, acabé jadeando para seguir su ritmo. La agotadora experiencia se prolongó en una minigira por Cataluña sobre derechos humanos. Desconoce la fatiga, hace todas las cosas a la vez. Por lo menos implica una apuesta de riesgo, frente a un Rajoy que anuncia los cambios en el PP catalán para después de las elecciones, cuando ya se conozcan las posibilidades del remozado Real Madrid. Lo ha sintetizado mejor que este artículo un editorial del pasado domingo en La Vanguardia, poco ávida de estridencias. «La unidad de los soberanistas, aunque sea precaria y haya estado a punto de caer en el delirio, tiene capacidad de movilización. Hace siete días reinaba la confusión. Hoy el panorama es otro. Siempre hay que atenerse a la realidad».

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