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Cámbiame

Hablar en voz alta sin reparar en quién hay alrededor puede traerle a una algún que otro problema. Me ha pasado en numerosas ocasiones, pero fíjese que no aprendo, oiga. Hace unos meses paseaba yo con Manu tranquilamente por un gran centro comercial (ese de triángulo verde por logo, ya sabe) y di con el vestido más horrible de la historia. Con cara de asco lo cogí, lo miré, y exclamé un enorme «¡Qué horror! ¿Qué cutre puede comprarse esto?» Automáticamente sentí cómo unos ojos enrojecidos se clavaban en mi espalda. Una chica sostenía ese mismo vestido entre sus manos mientras me miraba con cara de pocos amigos. Acababa de cuestionar su gusto por la moda, y la había ofendido. ¿Y quién soy yo para hacer eso? Ya le doy la respuesta: no soy nadie.

Y fíjese que cada vez que me dispongo a escribir esta columna, y a criticar alguno de esos programas que llaman mi atención, pienso un poco lo mismo. Critico sin piedad y en voz alta la última perla de algún canal de televisión escogido al azahar por mi dedo juguetón y mi mando a distancia, ese programa que muchos siguen de manera libre y que yo utilizo como diana de críticas viperinas. Este pensamiento viene precísamente a mi cabeza sentada en el sofá, con mi dedo escogiendo, así al azahar, Telecinco. Veo una pasarela automática, tres jurados sentados al final de la misma, y un público entregado al protagonista. «¿Qué es esto?» Una mujer con claros problemas de autoestima hace su aparición estelar en el plató y comienza a hablar cual papagayo. «Quiero ser mucho más sexy y que me convirtáis en alguien más joven. Necesito que me cambiéis». Eso es lo que importa en la vida, sí señor. La crueldad del jurado con la protagonista, la superficialidad del programa y la reacción del público me deja sin palabras... Por cierto, que este programa insultante capaz de dañar el encefalograma de cualquiera se llama Cámbiame, aunque el nombre es lo de menos.

Al final, responde a un formato producido en serie y creado para la masa. Exactamente igual que el vestido. Carente de personalidad y, por supuesto, ausente de contenido.

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