Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La mujer deshabitada

Sara: «Cuando era muy joven y muy petulante aproveché una charla de un prestigioso poeta en la facultad para hacerle una pregunta que dejara boquiabiertos a mis compañeros por su profundidad e inteligencia: si el alma muere con el cuerpo, ¿la poesía muere con el alma? El poeta se quedó mudo. Durante unos instantes que me parecieron eternos me miró sin pestañear mientras a mi alrededor empezaban a surgir cuchicheos que no presagiaban nada bueno. Me ruboricé y tragué saliva, como si fuera la protagonista de una mala novela. Finalmente, el poeta sonrió fríamente y dijo: no creo en el alma, y a veces tampoco en la poesía. Me senté, aliviada, pero aquel momento tan angustioso me vacunó contra la pedantería. Mejor dicho, contra la exhibición de ella porque aún tardé varios años en dejar de ser una pedante inmune a la autocrítica. Estaba llena de prejuicios de los que me sigo avergonzando a día de hoy. Estaba convencida de que la alegría empobrece la poesía y de que sólo desde la tristeza, o mejor desde la amargura, se pueden escribir versos que valgan la pena. También creía que los mejores consejos los recibía en los sueños, cuando la realidad es que todo lo que escribía pensando en ellos era bisutería lírica sin sentido ni sensibilidad. De ahí que durante tanto tiempo escribir me vaciara en lugar de llenarme. Cuando publiqué mi primer poemario me entrevistaron para el periódico de mi ciudad y un periodista con perilla y mirada intensa me espetó de mano: ¿cuántas mujeres habitan en usted? Hice lo mismo que había hecho aquel poeta hoy olvidado conmigo. Esperé unos segundos y luego le miré fríamente. Una, grande y libre. Intentaba ser graciosa pero el sentido del humor no es mi fuerte y aquel periodista tampoco era un prodigio de perspicacia así que me topé con mi estupidez impresa al día siguiente, gritándome "¡boba, más que boba!". Ahora que ya no escribo poesía ni creo en el alma, sé la respuesta que debería haber dado: me habitan muchas mujeres, infinitas, pero la que mejor me conoce evita cruzarse conmigo».

Compartir el artículo

stats