Agustín: «Decía el gran director de cine y asustador profesional Alfred Hitchcok que le gustaría reencarnarse en un copo de nieve que cae sobre el vientre de una hermosa mujer en una playa mientras se tuesta al sol que más calienta. Sin una sola nube en el cielo, por supuesto.
Hermoso escalofrío. Hermosa reencarnación, ciertamente breve pero qué hay que temer si pronto vendrá otra, en el caso de que creas en esas cosas. Yo no me dedico a asustar a la gente y no tengo el menor interés en causar sobresaltos en otras personas, así que mis deseos de reencarnación son mucho más prudentes, vulgares, incluso. No quiero reencarnarme en otra persona porque ahora que conozco demasiado el peaje inevitable que hay que pagar por venir al mundo, y que es despedirse demasiadas veces de quienes lo abandonan antes que tú, no tengo mayor interés en pasar de nuevo por lo mismo. Ya tengo suficiente dolor en el carné.
Tampoco me apetece reencarnarme en un animal ni en una planta. Así que, puestos a imitar al señor Hitchcock, me decantaría por una reencarnación también efímera y también intrascendente. En una nube, por ejemplo, que cruza el cielo en solitario y estropea el juicio de quien en ese momento está diciendo que vaya cielo tan hermoso, no hay ni una nube, rebajando la belleza a un simple estado de perfección. Una nube que estimulara la imaginación de quienes juegan a darle forma, que tapara el sol para que alguien pudiera hacer la fotografía de su vida, que lanzara una sombra por sorpresa a un caminante agotado. En fin, no quiero ponerme demasiado cursi (mis cinco años de matrimonio con Laura dejaron huella, para qué negarlo) pero tampoco estaría mal que antes de reencarnarme otra vez pudiera atraer a más espíritus errantes para cubrir todo el cielo y descargar un intenso chaparrón sobre algún paisaje donde el agua aportara algo y sirviera para aliviar sequías, ahogar abatimientos, ahuyentar malos presagios y provocar escalofríos hermosos».
