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Julio Monreal

Tragedias cercanas

Las imágenes del pequeño Aylan y de los refugiados que intentan asentarse en Europa han desatado una ola de solidaridad que por desgracia no se da ante dramas más próximos.

Una ola de solidaridad recorre los hogares. Las imágenes de Aylan, el niño ahogado al naufragar el bote hinchable con el que su familia huía de la pobreza y la guerra, hacen que las mentes se abran y fluyan los sentimientos hacia la ayuda institucional, social y personal.

Y mientras las familias se apuntan en el registro abierto para acoger en sus casas a uno, dos, tres o cuatro refugiados sirios, libios, iraquíes o afganos que intentan asentarse en Europa, muchos pasamos junto a personas sin techo o niños comidos por los mocos sin percibir que están apoyados en una esquina de una calle céntrica de la ciudad, o exigimos a las autoridades locales que envíen a la policía al pasaje donde vivimos porque en él duermen vagabundos que huelen mal y por la noche se pelean.

Por desgracia, hay muchos Aylan en el mundo, muertos y también vivos. Los hay que mueren de sed en Sudán del Sur; y que vagan sin comida por Haití; pero también miran con sus ojos grandes e inquisitivos desde parajes más cercanos, como los asentamientos de familias sin hogar en naves industriales abandonadas de Valencia o como las esquinas y terrazas de los centros históricos en los que transitan pidiendo una limosna.

La solidaridad siempre ha de ser bienvenida porque, como dice la canción, «todos los días es Navidad», y da lo mismo con quién se ejerza, aunque en estos días esté alimentada por las imágenes del Telediario, que unos días elige un encuadre y otros selecciona uno distinto sin que se sepa bien el porqué.

En breve, cientos de refugiados llegarán a la Comunitat Valenciana y recibirán la solidaridad de instituciones y ciudadanos. Y algunos se sentirán incómodos por su presencia, porque se les instala en un antiguo hospital que ellos querían recuperar o se les acomoda en un colegio mayor vacío para el que la universidad tenía otros planes. Entonces deberán pensar que el 99,9 % de las personas del mundo viven peor que ellos y que deberían sentirse afortunados.

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