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Recio

El trío de Tarancón

Rafael Company regresa al lugar del que nunca debió salir: la dirección del Museo de la Ilustración. Se cumple así la ley del eterno retorno, pues Company es su legítimo padre, siendo su madre Manuel Tarancón. Yo fui testigo del parto en el despacho principal de la plaza de Manises.

Tarancón fue un presidente de Diputación interruptus. Yo creo que Zaplana lo colocó allí pensando que, habiendo nacido en Burriana, no tendría capacidad de liderar la provincia de Valencia. Pero cuando Tarancón demostró todas sus dotes estratégicas, Zaplana se asustó y, para neutralizarlo, lo nombró conseller de Cultura. Por eso sólo estuvo tres años y los meses restantes los resolvió brillantemente Pepe Díez, de Xàtiva.

Estaba muy preocupado por la cuestión valencianista, y fichó para su diputación a tres intelectuales que venían de ríos muy diversos pero confluían en un mismo caudal de dignidad valenciana. El trío fuimos Company, Vicent Flor y quien esto escribe.

Tarancón había sufrido en el Ayuntamiento de Valencia el calvario de la coalición con UV. Fue tan listo que le birló a Cultura un departamento de publicaciones que al poco tiempo se convirtió en la mejor editorial de temas valencianos de la ciudad. Su proyecto en la diputación fue emular este éxito a nivel provincial, e incluso autonómico. Para ello creó una Sección de Publicaciones que dependía directamente de Presidencia y al frente de la cual me puso con las instrucciones claras de abrir los libros publicables al más amplio espectro de tendencias. Se crearon colecciones y se designaron directores de proyectos que después no acabaron de realizarse por su repentino relevo. Después, me decapitaron.

También tuvo mucha prisa en levantar de la nada el gran museo de la democracia histórica. A Company le encomendó la misión de concebirlo grande, lustroso y bonico. Después, le decapitaron.

Rafael Company es un cabanyaler extramurs. La muralla del Cabanyal en aquellos tiempos eran las vías del tren que cubrían el bulevar de Serrería e impedían la normal comunicación de los Poblados Marítimos. Este historiador dirigió unas Aulas de la Tercera Edad donde trataba a mi madre y a todas las marujillas del Eixample con una delicadeza infinita, y las culturizaba valencianófilamente sin que ellas se percataran.

Rafa y yo estábamos muy unidos en aquellos tiempos. Nos hermanaba la incertidumbre. Juntos nos compramos el primer teléfono móvil en una oferta de la extinta Airtel en la Gran Vía. Nos conocíamos desde las tertulias valencianistas de Vicent Franch en el Hotel Inglés. Soñábamos con una gran Pax Valentina que nos recuperara como pueblo unido y pujante.

Vicent Flor fue el tercer gran valencianista que llegó. Como ha demostrado en sus muchos escritos, y especialmente en su último libro Societat Anónima, es el Joan Fuster del siglo XXI. Si Lizondo hubiera tenido un poco de ilustración, lo hubiera ungido como profeta de su partido, porque lo tuvo en sus listados con esa ilusión que solo genera la juventud. Pero el valencianismo más obsoleto lo lanzó al desierto de la duda y allí ha sabido abrirse camino con más acierto que nadie, pues se ha ganado el respeto y la admiración de todos.

El nuevo valencianismo institucional se muestra bondadoso y constructivo, sin revanchismos extemporáneos. Company vuelve. Flor resplandece. Yo, pese a todo lo padecido en la casa, resisto y estoy aquí. En cierta manera es como si Manuel Tarancón, al igual que el Cid, ganara las batallas después de muerto. Ojalá sepamos trabajar todos juntos por aquellas valiosas ideas de libertad, igualdad y fraternidad; y también de valencianidad.

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