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Vinalesa unifica las procesiones

Vinalesa -los moros le denominaban Benalesa y nuestros mayores aún le llaman Bilanesa como aparece documentado en el siglo XV, habría que revisar la actual toponimia-, celebra en la primera quincena de octubre sus fiestas patronales a la Virgen (del Pilar y del Rosario), a santa Bárbara y a san Honorato (sant Norat), y han decidido que todas las procesiones se conviertan en una sola, que será solemne y masiva, el 14 de octubre al caer la tarde, en la que saldrán las distintas imágenes.

Tal vez lo que le falta a Vinalesa es saber traducirse más y mejor al exterior, romper el cerco en todos los sentidos a que ha estado sometido el pueblo, una isla en la huerta de Valencia, que comenzó a liberar un alcalde, Felipe Navarro Fuster, allá por los años 80, en su lucha por llevar la EMT a la villa, que ha vivido toda la vida sin transporte público.

Vinalesa anda sobrada de historia, de hechos importantes, de personajes ilustres, de curiosos fenómenos como «los auroros» o la Real Fábrica de Seda. Un año que fui invitado a ser mantenedor de la reina de las fiestas les hablaba en mi intervención del rico potencial humano que ha sido siempre la villa y cómo no de su famosas «calderes» que en tiempos de penuria resolvieron las necesidades en determinados días del año de muchísima gente de los pueblos de alrededor.

En el antiguo palacete de los Marqueses de Villores tienen instalado su convento y colegio las Hermanas Carmelitas de la Caridad, que en la contornada son ampliamente conocidas con el nombre de «les monges de Vinalesa», un precioso lugar con amplio jardín donde cursé allí mi primera escolaridad, asombrado por la presencia de una monja, la hermana Pilar, que creo medía dos metros de altura, siendo mi maestra la hermana Celia.

La ermita de santa Bárbara la tienen en Gafaut, segunda mitad del pueblo camino de Alfara y Moncada. En la calle Mayor, san Vicente Ferrer y san Lluis Bertrán, que estuvieron aquí, bendijeron un pozo que en su tiempo era el abastecimiento público del pueblo, aguas que fueron consideradas milagrosas desde la epidemia de cólera de 1854 y en gratitud la gente costeó un retablo cerámico con dichos santos más el patrón del pueblo san Honorato, éste de gran devoción en el pueblo desde que en 1570, su señor, Luís Juan, regaló al pueblo y parroquia una reliquia del obispo de Arlés, un huesecillo delgado y largo, la falange de un dedo.

En el siglo XVIII, Lapeyre construyó una fábrica de hilaturas de seda según el método de Vacanson, la primera hidráulica valenciana que funcionaba por la fuerza motriz de un torno que puso en la colindante acequia de Moncada, industria que pronto sería de vapor y daría prosperidad al pueblo, pasando a la historia con el nombre de Real Fábrica de Seda, al crearse bajo la protección del Rey. Luego, con el declive de la seda, pasaría a manos de los Trénor que la convertirían en una fábrica de yute.

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