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Paco Burguera

El cuerpo de Paco Burguera fue despedido en l´Hospitalet de Sueca „una capilla muy hermosa„ una mañana con lluvia casi tan fina como un aerosol. Tras la muixaranga, el coche fúnebre se dirigió a una población con incineradora fúnebre, Sueca no tiene. La última vez que lo vi en un coloquio entre pizzas y espaguetis, se había convertido en un anciano amigable, de los que siguen viviendo a través de la personas más jóvenes, es lo que más le gustó: vivir. Por eso cuando vio en Madrid la foto de Francesc Jarque que muestra el pubis de una señora cubierto de granos de arroz, me dijo: «Mira! Arròs en conill».

Resulta bastante normal que en una pequeña ciudad arrocera y proteccionista, en la que se confunde el calendario de cultivo y el de las celebraciones litúrgicas, naciera el moderno nacionalismo valenciano. Paco Burguera, que también tenía ese trasfondo católico de sus tentativas literarias más tempranas y de los versos existencialistas del Al vent, fue de sus primeros cómplices. Si la política se mide por la capacidad de mudar de estado para mejorarlo siempre, de reunir y conservar el poder y de ampliarlo a la más mínima oportunidad, Burguera no fue un político, sino una especie de promotor o de editor portátil. El de periodista fue su otro oficio intermitente , siempre hay vasos comunicantes entre los palacios del poder y los plumillas.

Burguera, por ejemplo, sabía contar chistes, una habilidad que me parece de la mayor importancia, y aunque el nacionalismo fue central en toda su acción política, traspasó ampliamente sus límites: tenía el perfil fino, los buenos modos y la percha apropiada para parecer el heredero de más hanegadas de las que realmente le tocaron. Cuando él y Muñoz Peirats cruzaban las piernas en la cafetería del hotel Astoria, lo hacían como si fueran titulares de algún mayorazgo inglés. Sus chalecos nunca reventaron bajo la presión de un abdomen indecente. Cerca de estos caballeros, era posible sentir el aliento de Europa, su spleen, su libertad y valor. Me quedo con esa imagen. Adéu, Paco.

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