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Cuentas claras

Casi sin darnos cuenta, por primera vez en unas elecciones generales, que yo recuerde, se ha colado un asunto valenciano en la agenda de un partido que puede ganar (dentro de lo que cabe): el del señor Sánchez. Esperamos que la fórmula para ajustar, al alza, las finanzas de nuestra autonomía, sea más concreta que la propuesta del mismo señor para encajar a Cataluña en una España federal (que nadie conoce empezando, me parece, por el mismo proponente), pero, en todo caso, bien está que el PSOE haya decidido reconocer el problema que está ahí desde hace tiempo, aunque no nos guste quejarnos.

Quejarse mucho rato es de mal gusto y hablar de dinero, es aún peor. Me niego a considerar balanzas territoriales: para pedir más autonomía o incluso la independencia, basta con quererlo, no hace falta exhibir el capirote del escarnecido, todos tenemos una colección en el armario y es la única cosa que, probablemente, no debe salir de él. Con el dinero pasa igual: si el trato no es equitativo, hay que retirarse de la mesa de los tahúres y votar a quienes, de entrada, ya acogían la reclamación como es debido y no han esperado a la caída del último pámpano.

De momento, Golum Montoro „¡mi tesooooro!„ ha decidido aplicarnos una terapia de pellizcos de monja por no haberles votado y como el rey castellano con El Cid, ordenó que en ninguna puerta, pública o privada, se le dé el pan y la sal del crédito al gobierno de Ximo Puig. La verdad es que da un poco de vergüenza haber hecho el canelo durante tanto tiempo. El Estado hace bien en asistir a las regiones pobres o envejecidas, pero, al menos, debería aplicarnos los baremos de distribución que establecen los mismos técnicos de Hacienda. Ni más ni menos: si nos hemos empobrecido, no podemos pagar como ricos. Ni cobrar, como si los fuéramos, aunque a más de uno le encante bufar en caldo gelat y contagiar el vicio. Ni se debe explotar el españolismo (abusivo) del valenciano para tratarnos como indígenas canacos de Nueva Caledonia. Alegría, empeño y números claros.

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