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Granada ficción

Estaba en el Hispacon, encuentro de los amantes de la ciencia ficción (la literatura fantástica y de terror, incluídos los cuentos de hadas). Pero no pude estar en todo porque afuera andaba la ciudad. Y no una cualquiera, sino Granada. Una de las pocas ventajas de dejar pasar años entre dos visitas a una misma ciudad es que percibes mejor los cambios. Granada tiene más calles cerradas al tráfico que Valencia y por el Albaicín sólo se ven bicicletas, peatones y taxis y aun así se montan chochos en cada revuelta, costa u oteadero y las plazas son club social o escenario de una performance de artesanos del alambre revueltos con estudiantes yanquis y turistas de todo pelaje.

Lo único constante de Granada es su descomunal belleza y que sigue viviendo de turistas y estudiantes, o sea, de milagro. Tampoco ha podido librarse del correspondiente magno festival de tapas en el mismo Palacio de Congresos. La noche de Walpurgis, la ciudad afiló sus colmillos y estallaban las hormonas de las lolitas. Hasta hubo teatro, me imagino que levemente sacro, en el cementerio municipal ¿Ciencia ficción en Granada? Por qué no: hay rincones junto al Darro que parecen una persistencia en bucle de Gustavo Doré y pocas cosas tan alucinógenas como una ciudad cristiana y mora en un escenario casi alpino. Crecen los precios y se reducen las tapas: el misterio de la tapa menguante.

Mi tarea era presentar El juego de las esferas, segunda parte de la Trilogía de las Esferas de mi amigo Salvador Bayarri y asistir a la presentación de El abismo mecánico, relatos sobre la inteligencia artificial, publicado por la editorial valenciana Apside. Mi mujer lo tiene claro: «Te gusta la ciencia ficción porque es tu cuota de rarillo, decadente y canalla». Sea. Me volví a encontrar con un epílogo de Philip K. Dick a Doctor Moneda Sangrienta, donde tras una catástrofe nuclear la gente del condado West Marin es buena y colaborativa, positiva y agraria, y no acecha ningún aciago demiurgo dispuesto a amargar la existencia de sus criaturas. Para ser Dick, casi novela rosa.

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