Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La EMT no es una casa de acogida

Una de las señales más definitorias de la falta de patriotismo de los ciudadanos españoles es su idea de las calles, a las que consideran un cubo de la basura. Esto no sucede en Lyon, París, Londres o Marsella, donde tampoco hay centenares de perros ensuciándolas. La proliferación de chuchos en Valencia está en relación directa a la atávica cultura rural (el camp y l´horta) que habita en el subconsciente colectivo. Joan Fuster ya se refirió a la carga cultural del camp y l´horta y a la carencia de una culta burguesía industrial en «Nosaltres els valencians» (1962). Seguimos, más o menos, igual. La prueba es la taimada y silenciosa potenciación del ruralismo cultural a cargo de Compromís y ¡en el siglo XXI!

Hace un par de meses caminaba por una acera de la calle Alta, cuyo pavimento es tan deslizante como una pista de patinaje sobre hielo, cuando, de improviso, me caí de espaldas y con la panza mirando al cielo de Compromís. Había resbalado sobre la defecación diarreica de un perro que había huido del lugar del crimen. Tuve suerte. Mi cráneo quedó a escasos centímetros del bordillo de la acera. De lo contrario, no podría contarles esto. Estaría muerto o con un gravísimo traumatismo craneoencefálico. Iba, pobre de mí y malditos los incívicos dueños de los perros, al club Jimmy Glass (calle Baja) a escuchar al extraordinario saxo tenor norteamericano Scott Hamilton.

El primer policía que debe velar por la urbanidad, el respeto a sus convecinos y el orden „en el sentido más solidario y civilizado del término„ son los ciudadanos responsables (sin perros, por consiguiente) y no los poli-cías «pacificadores» y uniformados de Joan Ribó Canut, alcalde-bici (el David Moreno de la política) y el Atila de los automóviles porque siente melancolía de Adrall, su aldea natal (Alt Urgellet), donde sólo había carros y semovientes.

¿Y los dueños de los perros? No consienten que defequen en sus domicilios, ni que orinen en el sofá, el salón comedor o la cama de matrimonio. Por tanto, la solución a su egoísmo, insolidaridad y carencia de civismo, es pasearlos por las calles para que las asolen sembrando de excrementos y meadas todos los barrios.

Gracias a su Facebook sorprendí a doña Glòria Tello Company (concejala delegada de Bienestar Animal por Compromís) acariciando en su regazo „como si fuese un bebé„ a una serpiente pitón en el Centro Municipal de Animales Exóticos de Nazaret. Tello tiene casi 39 años. Ya no es un jovencita como Heidi. A fecha de hoy no sabemos si llevará a cabo su proyecto de que las mascotas que no pesen más de 10 kilos puedan pagar su billete y viajar en los autobuses de la EMT. A las mascotas ya jubiladas se les hará el correspondiente descuento: la Tarjeta Oro (18 euros anuales, 12 si son hembras).

La señora Tello debería encargar una gran encuesta para que los usuarios de la EMT que sean animales humanos emitan su voto para aprobar, o no, su ocurrencia animalista. Digo más: ¿no sería también muy democrático consultarles a las mascotas? Algunas hablan: los loros. La pregunta es: ¿Los viajeros desean, o no, viajar junto a varios animales que pueden defecar u orinar junto a ellos, aunque sea sin mala intención? ¿Y soportar el olor de los gatos y los ladridos de los chuchos? ¿No ha pensado doña Glòria en la posibilidad, remota pero no irreal, de que algún yihadista introduzca un perro-bomba en un autobús de las líneas 35 ó 60? ¿Tampoco ha previsto que los ladridos aumenten el estrés de los conductores, ya muy alto de por sí? Un poc més de coneixement.

¿Por qué los animalistas-integristas no rellenan su vacío interior o su carencia de afectividad con «El hombre tranquilo», de John Ford, una ópera ligera de Verdi o «Cincuenta sombras de Grey», novela para refrenados sexuales?

El día que vea cualquier perro en un autobús de la EMT, lo lanzaré a la calle durante una parada, junto con su dueño. El que avisa no es traidor.

Compartir el artículo

stats