Desde 1990, una empresa de comunicaciones, Channel One, hace un buen negocio con un número creciente de escuelas norteamericanas. Les regala a cada una un aparato de televisión, dos vídeos y una parabólica a cambio de que incluyan en el programa escolar doce minutos al día de noticias que Channel One les envía por satélite. Los doce minutos incluyen dos de anuncios y, a mediados del año 97, el programa era visto, obligatoriamente, por unos ocho millones de estudiantes. En su oferta a los anunciantes Channel One destaca ese aspecto, la obligatoriedad, como una excelente oportunidad de lograr una clientela cautiva.

La escuela ha sido, históricamente, el lugar natural para que los adultos influyan en los niños. De ahí las contiendas ideológicas y políticas por controlarla. Era inevitable que, más pronto o más tarde, el mundo mercantil llegara también a ese escenario, de la mano de algo tan contundente como un programa de televisión. Cuando yo era niño, allá por los años cuarenta, a la escuela no llegaban más comerciantes que los que nos vendían pipas a la puerta y nuestro entrenamiento en el consumo estaba limitado por los escasos dineros que recibíamos los domingos. Nuestros hijos y, sobre todo, nuestros nietos son asaltados en muchos frentes y faltaba éste, el que en la escuela tuvieran que recibir diariamente una dosis obligatoria de anuncios empaquetada dentro de una sedicente información general. El negocio aún no ha llegado a España pero, descuiden que llegará, si no de manos de los políticos, de cualquier iniciativa mercantil que seduzca a los empresarios de educación. Ya tenemos experiencia de este tipo de seducciones cuando, en los años setenta, los especuladores inmobiliarios se quedaron con buenos trozos del suelo urbano escolar a cambio de dar a frailes y monjas nuevos colegios en el extraradio.

Según parece, los programas de Channel One son lo suficientemente atractivos como para enganchar a la audiencia escolar. No puede olvidarse que la empresa es, sobre todo, especialista en publicidad y se encarga, entre otros, de hacer propaganda de los cigarrillos Camel. Hasta ahora no ha incluído esa propaganda en su programa escolar pero tampoco ha informado a su audiencia de los peligros del tabaco en esos años juveniles en que la gente se engancha. En todo caso, los programas son lo suficientemente entretenidos como para que su clientela cautiva no se rebele. Aprender a consumir desde pequeños es la nueva asignatura obligatoria.