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Buenos propósitos

No espere a fin de año para formular sus buenos propósitos, el fin de año no es nada, solo otra bisagra entre los días, y caso de que sea algo „ocasión de jolgorio, risa loca o frenesí amoroso„ en ese caso, hay que estar pendiente de las burbujas y no de los afanes morales. Además si los formula antes, antes podrá traicionarlos para su perversa satisfacción. Esos afanes, mejor cultivarlos a plena luz: a veces me sorprendo a mi mismo tratando de evitar a vecinos y conocidos del barrio porque me pueden alejar de mis productivas mañanas. Mal hecho, como dice una de mis oraciones favoritas (que yo no inventé), «escucha al aburrido y al ignorante, ellos también tienen su historia».

A veces me sorprendo pensando en que mi amigo Balta saldrá de la charcutería o del súper y me contará alguna trastada, pero Balta murió, el camino al sepulcro es, casi, lo único seguro, así que no te retrases en atender y cuidar de tu gente: se te va. El resto son bobadas, incluida la mayor parte de nuestros propósitos de mejora que ganan mucho si parten de la humildad y el paso corto y apartan, aunque sea por un tiempo, las conquistas materiales: no hay para todos, conviene recuperar cierta austeridad y las pantallas de televisión, cada vez más grandes y negras, ya parecen un hiato abierto hacia una galaxia oscura y fría. Amenazadora.

Estoy leyendo, voy por la mitad, Los hijos terribles de la Edad Moderna, de Peter Sloterdijk que, aunque demasiado aficionado a la jerga académica y a las palabras cosidas (Ser-nacido-para-la-muerte y esas cosas), es una cabeza poderosa que trata de analizar la filiación (es decir, el origen y desarrollo) de eso que llamamos modernidad y que Nietzsche percibió en un temblor: «¿No caemos continuamente?»(hacia adelante, claro). Somos una hiperpotencia deseante y eso afecta incluso a los ecologistas que lo quieren salvar todo. La modernidad, que ya rebasó la capacidad del planeta, tendrá que aprender a fijarse límites sin invocar las llamas de infierno. Prescinde de cosas, cuida lo que amas, súmete en el silencio del campo o del monte porque, sin duda, es sagrado.

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