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De procesiones y desfiles

Son de izquierdas o de derechas las cabalgatas? ¿Lo son por tradicionales, o por su origen religioso? Media España se ha pasado las Navidades atribulada por estas cuestiones dada la irregular política de gestos que han propiciado los nuevos ayuntamientos con gobiernos alternativos en su seno. En diversas localidades, por ejemplo, han retirado belenes y otras estampas de naturaleza cristiana, en el de Valencia, en cambio, lo han plantado en el salón versallesco de Cristal, nada menos.

En Madrid la alcaldesa Carmena dejó hacer un nuevo y polémico vestuario para sus Reyes Magos, y aquí el batlle Ribó sacó al balcón a tres magas ataviadas según el periodista de guerra Alfonso Rojo como chicas de saloon en el farwest. El ayuntamiento valentino reivindicaba así la cabalgata navideña que tuvo lugar en el 37, un año que se vivió peligrosamente con Valencia de capital provisional de la II República, una ciudad hervidero de políticos, periodistas y espías de medio mundo, y ya más revolucionaria que republicana por aquellos días.

Un servidor no es un experto en historia de la festividad, pero en Valencia, supongo que por la fuerza popular de las Fallas tenemos auténticos conocedores del tema como el mismo vicerrector de Cultura de la UV-EG, Antonio Ariño, o Gil Manuel Hernández y el medievalista Rafael Narbona. Espero que todos ellos convendrán conmigo en el origen multicultural de las fiestas procesionales que prácticamente han existido en todas las civilizaciones y en casi todas las religiones.

Empezando por las Panateneas griegas, cuya influencia fue tal que buena parte de la acrópolis ateniense se modeló en función de estas procesiones con antorchas, vestales, atletas y soldados que se narran maravillosamente en los frisos del Partenón que todavía no ha devuelto el Museo Británico a la república de Grecia. Una vez cada cuatro años, las

Panateneas resultaban fabulosas y terminaban a lo grande con una hecatombe, algo que resuena a lo que ocurre en Morella, que celebra cada seis años su fiesta del Sexenni en honor a la Virgen de Vallivana y con amplios desfiles de gremios medievales y figurantes con las calles totalmente engalanadas. Por cierto, que el Anunci próximo será en 2017 y el Sexenni en el 18.

Para fiestas, las romanas, cuyos cónsules y tribunos también desfilaban con sus legiones cada dos por tres en Roma y otras grandes ciudades del Imperio, en paradas cada vez más grandilocuentes y excesivas. La mejor, sin duda, está contada en la formidable película de Joseph Leo Mankiewicz, Cleopatra, cuando Elizabeth Taylor hace su memorable entrada romana en una carroza dorada con Cesarión cogido de la mano.

Los germanos tomarían de los romanos el gusto por este tipo de acontecimientos, que florecieron sin parar a lo largo y ancho de la Edad Media. El Occidente europeo se llenó de entradas regias dada la itinerancia de las cortes monárquicas. Aún hoy hay muchas fiestas de origen medieval en Alemania, como las schützenfesten, con concursos de ballesteros y ambientes de época, cuyo aire recuerda tanto a nuestra procesión cívica del 9 d´Octubre, celebrada desde el año siguiente mismo de la toma de la ciudad por las huestes de Jaume I, y cuyo gran éxtasis se produjo 200 años después cuando Alfonso el Magnánimo, en busca de fondos para sus batallas, convirtió el 9 en la gran fiesta nacional valenciana, fiesta de precepto, de cuya recreación por el citado Narbona y Eduard Mira tanto hemos hablado desde 2008.

Y qué decir de los italianos, que se inventaron los trampantojos para falsear palacios en las calles los días de grandes desfiles y que todavía viven de los efluvios turísticos que buscan la estética colorista de sus tradiciones como el Palio sienés o el Gigli de Nola dedicado a san Paulino.

Pero el desfile, en efecto, no es estrictamente religioso. De hecho, la tradición protestante nunca ha visto con buenos ojos tanto exceso procesional de raíz católica: los ritos de la Semana Santa son para un evangelista radical poco menos que un sacrilegio. Paradas laicas, sin embargo, las hay también a miles. Las ideologías totalitarias han tenido especial predilección por el tema. Los nacionalsocialistas se hicieron famosos por los aparatosos desfiles de sus escuadras pardas en el estadio de Nuremberg, o por sus juegos gimnásticos tan plásticamente filmados por Leni Riefenstahl.

Al franquismo también le gustó mucho la gimnasia de masas que retransmitían por televisión para celebrar cada año «de paz» bajo la organización de la Educación y Descanso del sindicato vertical, algo que adoraron de igual modo al otro lado del telón, soviéticos y, asimismo, chinos y norcoreanos. Menos militaristas, más caóticos y festivos, los norteamericanos también aman las paradas, con sus bandas universitarias y la coreografía de sus majorettes vestidas de militares afrancesadas con minifalda, así como sus divertidas derivaciones en las cheerleaders y pom poms que animan las canchas y estadios deportivos.

No es posible, pues, dotar de un ideología unívoca a las cabalgatas. Tanto da a un lado u otro del espectro político, desfilar parece una manera de cohesión social. Y tan fuera de lugar parece que algunos políticos conservadores se irroguen la representación natural de procesiones a la Virgen o al Corpus Christi como que una indigestión de incauto progresismo determine la brusca alteración de las costumbres. Dejemos que las fiestas fluyan, como en el diwali hindú, cuando todo se ilumina en las noches de otoño en honor a la victoria de Krishna sobre un demonio que mantenía prisioneras a dieciséis mil doncellas.

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