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André y David

Once años con Balenciaga marcan para siempre. Unos veinticinco tenía André Courrèges cuando entró en el taller del maestro, de quien „según sus propias palabras„ aprendió todo. Al establecerse por su cuenta (junto a la que había sido su esposa y colaboradora imprescindible, Coqueline Darrière) las lecciones asimiladas y una percepción finísima del signo de los tiempos, estallaron incontenibles. ¡Nada de pinzas ni frunces! ¡Fuera tacones altos, faldas largas, talles oprimidos!... Una bomba incruenta, pero revolucionaria, explotaba con Courrèges en aquel París que mantenía el poder supremo de la moda. Desde 1965 hasta la década siguiente, la nueva silueta femenina proyecta, con una blancura inmaculada, vestidos trapezoides que descubren las rodillas, pantalones con peto, tirantes, telas metalizadas, botas planas de lona o vinilo, guiños humorísticos en maquillajes juguetones, gafas de plástico con rendija central.

Si Audrey Hepburn era capaz de abandonar a Givenchy por un momento para vestir a Courrèges, y Catherine Deneuve o Françoise Hardy paseaban sus gabardinas con sandalias de colegiala y calcetines altos, las chicas de entonces, por lo menos, arramblábamos con alguna prenda de punto, un cinturón, o el primer perfume que lanzó la marca, Empreinte. Era lo nuevo, lo verdaderamente nuevo. Así lo percibió el novelista y cineasta Gonzalo Suárez, que relata su añeja amistad con el modisto, sus visitas en cada viaje a París. Y cuenta, como ejemplo de la sintonía de Courrèges con el arte coetáneo, que fueron juntos a ver una exposición de Rauschenberg, y éste, al reconocer al creador francés, fue a saludarlo entusiasmado y «le secuestró» en una conversación acaparadora. Sí: Fue Andrè Courrèges quien lazó al vuelo las campanas de la modernidad, que acompañaban también al itinerario aperturista de Pierre Cardin y de Paco Rabanne. Enseguida llegaría Mary Quant, el Swinging London, los Beatles,... y la eclosión de ese genio de la música pop/rock llamado David Bowie.

Han habido pocos días de intervalo entre las muertes del modisto y el músico: hay ciertos puntos de encuentro entre ellos. Cada nueva aportación de Bowie no era solo una canción o un álbum de canciones, sino un «todo» que abarcaba moda, diseño gráfico ideación literaria; en suma, un concepto múltiple que se erigía en señal indicadora de las evoluciones de cada periodo, empezando por la propia imagen del cantante, que fue también actor, no lo olvidemos. En esta faceta lo he escuchado el otro día, a través de Radio Clásica, como narrador del famosos cuento musical de Prokofiev Pedro y el lobo, que grabó en 1978. Su inglés cristalino, su perfecta expresividad, han sido una entrañable despedida del hombre que „además de sus grandes cualidades musicales„ mejor supo abanderar los tránsitos del gusto y la moda, a la que en día supo dar un decisivo golpe de timón la arquitectónica destilación balenciaguesca de André Courrèges.

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