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Marchena, patito feo

Marchena anunció su retirada del fútbol el pasado martes y un mar de halagos inundó las redes sociales, muchos por parte de aficionados valencianistas, la mayoría apuntando a lo bien que vendría ahora en el equipo de Gary Neville un central de su carácter. No hay nada como retirarse o morirse para que lo reconozcan a uno, sobre todo en el caso de Marchena, tan denostado en su brillantísima etapa en Mestalla. Salvo excepciones (José Carlos Ruiz a la cabeza), Marchena nunca estuvo entre los preferidos de la hinchada. Se le tenía por un jugador tosco e histriónico, un punto desagradable para el rival y a veces para el propio Valencia. Y, sin embargo, sus nueve años en Mestalla fueron para enmarcar, tanto cuando jugó de central como cuando adelantó su posición al mediocentro para darle un descanso a Albelda. Marchena era recio para el choque, pero podía ser fino para el pase largo o de media distancia. Nunca rehuyó sus responsabilidades y, cuando maduró, ejerció de padre para los más jóvenes (algunos, como Juan Mata, le llamaban «pater»).

La mala reputación le persiguió también a la selección, donde, antes de la Eurocopa de Austria y Suiza 2008, se le tachó de ser un capricho del seleccionador, Luis Aragonés. Tras el título y un torneo impecable, esas voces claudicaron. Después, incluso, se convirtió en un fetiche para La Roja (estuvo 56 partidos sin perder; le sigue en ese podio Garrincha, con 49 encuentros sin morder el polvo con Brasil).

Sevillista de cuna, a Marchena en su tierra lo identifican como valencianista de pura cepa. En Mestalla coincidió con Vicente, flamante fichaje de la secretaría técnica del Valencia, un club atrapado por un bucle de nostalgia. Echamos de menos la jerarquía del patito feo de Marchena y la zurda del cisne Vicente, aunque ahora, a Vicentín, se le requiera para otras cosas: descubrir nuevos «vicentes y marchenas».

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