Observo que los pasajeros del AVE Madrid-Valencia, aunque el tren circule a 300 quilómetros por hora, rebufan de cansancio o hartura cuando han dejado atrás Requena y con Valencia al alcance de los dedos, ya se levantan a recoger sus cosas para luego abrirse paso hacia el taxi, al trote, casi a codazos. La competencia creciente. Lo malo de la sociedad líquida es que se escurre por la línea de máxima pendiente y ahora toca, al parecer, que se avale un gobierno de imputados y sospechosos del primer partido de la democracia objeto de un proceso judicial. Para no poner en peligro la recuperación económica. Se lo pregunto al taxista que me lleva a la estación de Atocha:
-Hay menos alegría que en Navidad. Por eso de que no hay gobierno.
Propongo que se sustituya a las agencias de calificación por el gremio de taxis. No acierten más, pero salen mucho más baratos. El taxista que nos lleva a Benimaclet, un tipo sereno y moderado, también ve señales de incertidumbre en la cuesta de enero:
-Ha sido la semana de las pantallas de televisión. Sin IVA, se ahorran cien euros. Una vez acompañé a una madre y una hija por toda Valencia buscando en Aldi una heladera de oferta.
Es lo que yo digo: si queríamos un gobierno sin Rajoy ni Sánchez, no haberles votado. Los políticos tienen nuestros votos como los bancos nuestros ahorros: como capitalización. En eso que aparece Francisco González, el del BBVA, hablando de anteponer los intereses generales a los particulares. No sé, un banquero hablando de intereses generales me suena a La Tacones recomendando pureza de alma y cuerpo. Me parece.
Pedimos más solidaridad con los refugiados, pero que no vengan aquí ni los sirios ni los afganos. Aire limpio, pero sin dejar de usar el coche para ir al trabajo. Un gobierno de regeneración con los sospechosos habituales. La aprobación para Albert Rivera, pero los votos para el PP. Por si acaso. Por ese camino vamos a acabar de economistas todos.
