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Recio

La nueva academia

El vodevil lingüístico no acaba nunca. Emulando una «soap» de la tele americana, ahora la Real Academia de Cultura Valenciana acuerda converger con su mortal enemiga la Academia Valenciana de la Lengua. ¿A qué es debido esto? La excusa es la paz lingüística, pero llevamos treinta años sin esa paz y todos han sido muy felices defendiendo sus antagónicas posiciones. Puede más bien deberse a que la Real tiene que mantener un edificio muy costoso, y hacen falta las subvenciones institucionales para pagar luz, agua y teléfonos.

Lamentablemente el patronazgo privado nunca ha funcionado en Valencia, a no ser que el benefactor confiara en obtener una recompensa particular en corto plazo.

La lengua valenciana es un problema para la Real. Allí lo que se usa mayoritariamente es el castellano, y por culpa del valenciano lo único que tienen son tropezones corporativos. Es más cómodo acercarse a la Academia autonómica que cerrarse en si misma. Aunque todo esto sería revisable si la derecha tradicional volviera a ganar las elecciones, pues se necesitaría otra vez una academia rebelde para justificar los actos electorales.

Mientras la Real interpreta este nuevo acto, la Academia oficial sigue trabajando. Van a renovarse por primera vez los académicos desde la propia casa, y sin intervencionismo parlamentario. El plazo impuesto por Zaplana para apaciguar los ánimos ya ha culminado, y pueden lavar la ropa en casa.

La lista demuestra el verdadero camino de la Academia oficial. Ni uno solo de los académicos propuestos es de tendencia «particularista». Todos van por el camino unitarista, y además con marcada tendencia filologista. En las academias de otros países lo importante es contar con buenos literatos. Aquí se limitan a los técnicos del idioma, con lo que se pierde la creatividad y la expansión de los intelectuales que quizás no saben la norma, pero sí son capaces de crear nueva norma.

Pero existe tanto temor ante la desviación gramatical que se está olvidando la inventiva. Nuestra principal sugerencia es esta evolución sería que junto con los académicos filólogos se contara con académicos literatos, y además con experiencia en otras materias científicas que no se limitaran a las lingüísticas, pues la lengua lo abarca todo, y no solo la propia regla del idioma.

Nunca habrá un pacto entre las dos academias. Sólo puede haber sumisión de la Real ante la Oficial, porque eso es lo que marca la ley, el Estatuto de Autonomía y hasta la Constitución si lo llevamos hasta un extremo legal. El conflicto establecido no es de lengua, sino de concepción lingüística. Hace cien años se resumía en «fabrismo» de Pompeu Fabra; «fullanismo» de Lluis Fullana y «alcoverismo» de mosén Alcover. Triunfó el «fabrismo» porque el nacionalismo catalán lo prefirió, mientras que aquí en Valencia la cuestión resultaba irrelevante.

Si queremos un modelo valenciano de lengua, el pacto no debe firmarse entre las dos academias, aunque quedaría muy bonito que así se hiciera. El verdadero acuerdo sería que la Academia Valenciana de la Lengua hablara de tú a tú con el Institut d'Estudis Catalans de Barcelona y sentara las bases de la especificidad dentro del conjunto. Las discrepancias mantenidas, que vivieron en Cataluña hasta la segunda república como nos recordaba Baydal hace unas semanas en ese mismo periódico, nacen del autoritarismo con el que se impuso la doctrina fabrista. La obra de Fabra parece intocable y perfecta, cuando lo normal sería poderla revisitar para armonizarla con los nuevos tiempos y las nuevas necesidades.

Esa es la verdadera misión de la Academia Valenciana, ser la valedora y la interlocutora del valenciano en todos los contextos. En ese sentido el esfuerzo que está desplegando el presidente Ramón Ferrer es encomiable, y más después del sainete que le obligaron a protagonizar ante las Cortes Valencianas unos diputados que además de ignorancia supuran malicia. Esperemos que, pasados estos tiempos movedizos, puedan culminar esa tarea de dignificación que significa la auténtica paz, no aquella otra paz reclamada por los beligerantes que interiormente están pensando en la guerra.

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