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La Europa que no queremos

El vergonzoso y vergonzante preacuerdo entre la Unión Europea y Turquía sobre los refugiados termina por dinamitar el proyecto de la Europa solidaria que no solo soñaron sus fundadores „con Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi, Jean Monnet y Robert Schuman a la cabeza„, sino también los millones de ciudadanos que a lo largo de estas últimas seis décadas nos sumamos en un momento u otro a un ideal de cooperación, solidaridad y respeto a determinados valores que nos diferenciaban de otros países y regímenes. Tras la liberación total del sistema capitalista tras la caída del Muro de Berlín y con el estallido de la crisis financiera y sus estragos posteriores sobre el universo de derechos y beneficios sociales que los europeos nos habíamos ido construyendo, ha caído también gran parte de esos valores entre una parte minoritaria pero muy ruidosa de nuestros conciudadanos que ha conseguido asustar a unos gobernantes faltos de ideales de altos vuelos y de visión a largo plazo más allá de las próximas elecciones.

Esa lamentable falta de liderazgo se ve, sin embargo, superada por la capacidad de compasión y de solidaridad de unos ciudadanos demostrada en las primeras semanas de llegada de refugiados a Europa, o con la permanente presencia de voluntarios en las islas griegas, o con el ofrecimiento de viviendas y alojamientos para aquellos refugiados que hace meses deberían estar ya entre nosotros y no acaban de llegar por una increíble incapacidad de gestión por parte de las autoridades comunitarias y nacionales.

Nadie que vea las impactantes imágenes de los refugiados hacinados en los campamentos, bloqueados en las fronteras o descendiendo de inestables embarcaciones a pie de playa puede permanece impasible ante esa tragedia a las mismas puertas de nuestra casa. Nadie excepto, al parecer, aquellos que tienen precisamente la responsabilidad de prestar toda la ayuda que sea necesaria e impedir que estas imágenes sigan repitiéndose. Queda una semana para que quien tenga que recapacitar, lo haga. Pero los indicios no son muy alentadores: los europeos tendremos que cargar con la culpabilidad de permitir este desastre olvidando las lecciones de la historia y dejando atrás nuestro ideal de una tierra acogedora y protectora.

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