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Situación de emergencia autonómica

Hablar de emergencia en la Generalitat Valenciana (GV) no tiene nada de figura literaria. La tormenta perfecta se ha formado con la confluencia de tres fenómenos: la densidad de corrupción permitida en esta tierra; la incapacidad de la Comisión Europea para controlar los fondos que distribuye, atribuyendo a otros sus propias carencias; y la perplejidad intelectual del actual Consell. Tres fuerzas que ya desatadas pueden haber destrozado a la GV.

Sobre la primera catástrofe, la existencia y efectos del daño económico y moral de la época ZOC (Zaplana-Olivas-Camps) mejor no insistir más. Que los jueces hagan lo que afortunadamente ya están haciendo con ZOC y su entorno.

La segunda fuerza destructora ha sido la falta de autoridad moral y eficiencia político-administrativa de la autocomplaciente Unión Europea. Con toda razón, una eurodiputada socialista valenciana ha presentado una interpelación a la Comisión: «¿Qué parte de responsabilidad tiene en el control del buen uso de los fondos y cómo explica la Comisión no haber detectado las supuestas irregularidades sistemáticas en el uso del Feder en el período 2007-2013 en la Comunitat Valenciana?». Bruselas, hasta que no le han llegado los ecos de la prensa, nada había hecho para interesarse por los proyectos valencianos cofinanciados con fondos europeos. Esto no es óbice para que ahora exija a la GV el estricto cumplimiento del déficit. Si aquí gobernaban sinvergüenzas y los que debían vigilar sesteaban, nuestra mala reputación estaba asegurada.

Mientras, las noticias aparecen de forma tan cruel como continua: Feder y Fondo Social Europeo pudieron ser (realmente fueron, otra cosa es que lo sepan demostrar los burócratas europeos) objeto de prácticas corruptas. Hasta que lo aclaren, la paralización de las certificaciones es un hecho y en caso de confirmarse las mordidas, el riesgo es de devolución íntegra. Por su parte, el Banco Europeo de Inversiones (BCI) acaba de requerir a la GV que acabe los colegios incluidos en el plan Creaescola, como si antes de los resultados de la operación Taula, toda la ejecución de Ciegsa hubiera sido impoluta y ellos en la ignorancia. El agujero para la GV que supone Feria Valencia y sus obras impagadas, de nuevo con dinero del BCI, ha sido otro roto financiero recientemente confirmado. El Instituto Valenciano de Finanzas (IVF), un organismo que se autoproclamó cuna de un banco público valenciano, al final ha declarado que necesita ampliar su capital en más de cien millones de euros, con cargo a las deudas con la GV. El Eurogrupo del martes exigió medidas drásticas sobre el déficit de algunas comunidades autónomas como la nuestra, lo que significa que la conselleria deberá tener preparado antes de finales de junio un plan de recortes, ya que el Presupuesto de 2016 va a tener que ejecutarse con un déficit que no supere el 0,3 % del PIB. La multa por las facturas en los cajones va a ser inevitablemente descontada de los dineros que recibamos. El Ministerio de Hacienda en funciones sólo puede gestionar el FLA ordinario (hacer frente a préstamos de bancos extranjeros; la renovación de las partidas del Plan de Pago a Proveedores y del FLA de otros años; y la cantidad del citado 0,3%). Ninguna noticia sobre el nuevo modelo de financiación, mucho más oscuro que la fecha de un posible gobierno en Madrid, con 1.300 millones virtuales irresponsablemente adjudicados a él para 2016. Etcétera.

Nadie duda de que el actual Consell tiene pocas responsabilidades sobre los hechos debidos a ZOC y que generaron la emergencia actual de la GV, pero esta figura moral no le libera de tener que tomar decisiones ante la situación heredada. Debe dejarse de lanzar cortinas de humo, tales como el goteo de informes sobre una RTVV de imposible resucitación, reclamar las cercanías ferroviarias sin haber hecho ninguna estimación de costes; viajes a Grecia para traer a Valencia un navío de refugiados poco menos que novelesco; facturas pagadas a RTVV diciendo que no hay pruebas documentales, pero sin llegar a presentarlas en fiscalía; un foro sobre el Corredor Mediterráneo que termina con denuncias a Bruselas; un quebrado IVF cuya ficha bancaria nadie le va a dar...

En cualquier circunstancia, estos episodios serían simples veleidades, más o menos criticables por su falta de rigor y factibilidad. Sin embargo, en el marco actual, tales reacciones adolescentes producen temor, ya que sus inventores deberían estar afrontando la situación real que vive la GV. Estamos en el tercer componente de nuestro particular estado de emergencia. El Consell debe plantearse si en estos momentos puede estar bordeando la irresponsabilidad. Nadie puede adjudicarle ni culpas pasadas, ni falta de buenas intenciones, pero si incapacidad para asumir realidades desagradables cayendo en la tentación de plantear operaciones escapistas por muy soportadas que estén mediáticamente. Ximo Puig puede pasar a la historia como alguien que no supo estar a la altura, al no haber sabido reaccionar cuando la emergencia para la GV era evidente para quien quería verla.

Ni siquiera a Junqueras en plena deriva independentista catalana le ha importado contradecirse ante la situación financiera del Gobierno del cual es vicepresidente. Si se quiere, su desesperada petición de ayuda al Gobierno central no será un ejemplo de coherencia política, pero sí un acto de realismo ante la emergencia financiera de aquella Generalitat.

Algunas decisiones que quizás debería tomar el president:

a) Podar ampliamente las conselleries y sus organismos que ninguna función tienen en momentos de miseria presupuestaria. El Pacto del Botànic se supone que contiene hechos, no despachos inútiles en tiempos de emergencia.

b) Pedir que, sea quien sea el próximo presidente del Gobierno, tome en su discurso en las Cortes, la financiación de la GV como un deber ineludible. Si no ocurriera, habrá que devolver competencias más pronto que tarde.

c) Explicar a los valencianos lo que va a suponer cumplir las exigencias que ahora nos pide la UE, donde el argumento de la deuda histórica no va a tener recorrido alguno.

Molt Honorable president, estamos en una tormenta perfecta: se trata de sobrevivir a ella.

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