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Perfume indiano

Los viajeros románticos y otros visitantes, ilustrados o no, al llegar a Valencia quedaban asombrados de las muy diversas maneras que los naturales tenían de divertirse, montar bulla y gozar con el tenderete. Unos bailaban entre huevos frescos tratando de no aplastarlos (ahí estaba la gracia), otros tocaban la guitarra (y los demás batían palmas) y todos se iban, cuando ya hubo tren, a Madrid, a gastarse las escasas monedas en un festival taurino memorable. Aunque tuvieran que dormir en el exterior del coso, envueltos en una manta morellana. Con las Fallas pasa igual: estaría bien una cierta contención, al menos en el largo preámbulo de la fiesta, pero no se puede pedir, en los tres días grandes, que la desmesura deje de serlo. «Valencianos de alegría», sí.

Una falla de mi barrio, Benimaclet, la de Mistral-Murta, ha sido abatida por el viento el mismo año que entraba en la sección especial. Les pasó como al Levante granota: los dioses suelen castigar el atrevimiento de los titanes. Lo curioso fue que, al día siguiente, ya estaban reparando el monumento, reponiendo el pináculo y lijando los empalmes. Con el personal sentado en las terrazas al sol, como en un cine de verano, contemplando el espectáculo. ¡Olé! ¡Claro que las Fallas serán Patrimonio de la Humanidad! En pocos festejos se amasan tantos tipos distintos de sudores, afanes y esperanzas. Humano, muy humano. Ninguna fiesta es emanación de un espíritu popular, sino que son símbolo, rito, invención. La ventaja de las Fallas es que es una fiesta de Año Nuevo. Pagana: el carnero Aries embiste el telón de hielo.

Las muixarangas o torres humanas, que los propios catalanes llaman ¨«ball de valencians», desaparecieron de muchos pueblos y casi del mismo Algemesí. Ahora reverdecen. Lo curioso es que en la India hay una fiesta idéntica, en Tana, y que lo mismo aquí que allá, pueden ser los jesuitas, según el señor J. J. Baños, los inventores de unos bailes que siempre fueron procesionales pues la India era provincia de la monarquía hispánica en el siglo barroco en el que los dos estados peninsulares se unieron.

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