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La purga de «la gente»

Desde su nacimiento, en Podemos siempre han convivido dos realidades, una mucho más real que la otra: por un lado, la preeminencia del núcleo dirigente, orquestado en torno a Pablo Iglesias y el grupo de la Universidad Complutense de Madrid, que prefiguraba una estructura de mando fuertemente centralizada y jerarquizada; por otro, la estructura asamblearia, horizontal (también demagógica a menudo, poco eficaz para adoptar decisiones) de los círculos surgidos en todo el territorio español, un alma derivada del 15M de la que Podemos siempre ha intentado ser depositario.

No quedaban muchas dudas respecto de cuál de estas dos realidades acabaría imponiéndose, entre otras cosas porque llevar un modelo asambleario hasta sus últimas consecuencias resulta mucho más complicado y -ni que decir tiene- más incómodo para los dirigentes de cualquier partido (el ejemplo de la CUP resulta palmario). Pero no sólo por eso.

Desde un primer momento, Podemos basó su éxito, y la esencia de su apuesta, en la figura de Pablo Iglesias y su proyección mediática. Podemos quizás sea producto del 15M y de la «Gente», pero ante todo es producto de la televisión; de la gente que veía en la televisión cómo Pablo Iglesias criticaba a la Casta, en una serie de argumentarios impecablemente desplegados en tertulias y entrevistas.

El éxito de Podemos fue, y es, espectacular. En apenas dos años, de la nada (como decía el propio Iglesias, de «un tipo con coleta que sale en la tele»), han forjado uno de los principales partidos españoles, que afirma querer gobernar en coalición con el PSOE (y, en realidad, aspira a ocupar el espacio político de este partido). El ascenso ha sido fulgurante, pero la solidez de su base electoral suscita dudas. No sólo por el poco tiempo transcurrido, sino porque Podemos basa buena parte de su éxito en dos planteamientos de partida. Por un lado, la idea de que no es, ni por su funcionamiento, sus objetivos ni el cariz de sus dirigentes, un partido como los demás, sino un partido de «La Gente» (construcción abstracta que significa lo mismo que «la mayoría», «los españoles», «los ciudadanos» y un largo etcétera); por otro, que es la opción privilegiada para todos aquellos que busquen ejercer un voto protesta, para que las cosas cambien de verdad.

Como resultas de la crisis interna en Podemos, que ya se extendía a varias comunidades autónomas, Iglesias ha ejercido sus prerrogativas como secretario general para fulminar a su número tres, el secretario de Organización, Sergio Pascual. La primera vez que supe de él fue en una entrevista en la que Pascual defendía, con un sentido del surrealismo -o de la desvergüenza- digno de mejor causa, las bondades de la enseñanza concertada «desde la izquierda» No parece una carta de presentación muy solvente para acreditar la firmeza de sus convicciones políticas. Y es muy normal destituir a alguien si las cosas no funcionan (también destituir a alguien aprovechando ese pretexto, con el verdadero objetivo de aumentar el control interno en el partido).

Estilo perdonavidas. La cuestión es si era necesario hacerlo con el estilo chulesco y perdonavidas que comienza a ser marca de la casa de Iglesias. También es indicativo de una fractura mucho mayor con los que defienden una estrategia más moderada. La oratoria de la cal viva quizás emocione a los fans más entusiastas, pero es dudoso que contribuya a ensanchar los apoyos de un partido que, en teoría, aspira a la centralidad: a ocupar el espacio de centro izquierda que le queda al PSOE. Este tipo de actitudes, aunque sean en nombre de «La Gente», tal vez molesten a mucha gente (con minúsculas).

Detrás de la nueva estrategia parece encontrarse un acercamiento de Iglesias a gente afín al PCE y a su entorno; como es sabido, el PCE es único para montar purgas (también para socavar su base electoral con la misma eficacia con la que elimina cualquier disidencia interna, real o inventada). En el PSOE estarán descorchando champán.

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