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Absurdistán

A J. T. Si quiere hacer la paz con su enemigo tendrá que trabajar con él. Entonces éste acabará siendo su socio» (Mandela). Esto consistiría en gran novedad en Absurdistán, que prefiere aun hoy el «sostenella y no enmendalla» para regocijo de los propios y asombro de los ajenos

Se trata de un viejo país cuyos habitantes no parecen muy decididos a compartir las propuestas de los aspirantes a su gobernación. Llevan siglos entretenidos en saber quiénes son para asombro de foráneos y vecinos. Eso unos, que otros andan los mismos siglos tratando de demostrar que no forman parte aunque ocupen una buena porción del territorio que se dice común.

Después de muchos trabajos dieron, todos, en encontrar una forma de convivencia que estimase las exigencias de quienes no querían formar parte y las ansias de hegemonía de quien se había auto-asignado el depósito de esencias patrias. El precio para lograrlo había sido elevado, una guerra civil, una larga dictadura, ausencia de expectativas durante generaciones.

Tantos años de desencuentros parecían llegar a su término, con la recuperación de lazos con sus vecinos continentales a quienes siempre se contemplaba con admiración, envidia y no poco de desdén, al menos por la parte más intransigente de las élites de alguno de sus pueblos, el que se consideraba superior, el referente. Era la Europa Ilustrada, liberal, socialdemócrata según los tiempos. El absurdo consistió por un tiempo en sumarse a los errores continentales, comenzando por la prórroga indígena del fascismo, hipócritamente rebautizado de autoritarismo paternalista, el franquismo.

La ciudadanía sin embargo, a la altura de 2015, había decidido sacudirse algunos corsés aceptados juzgados inevitables como consecuencia de una historia de la que los párrafos anteriores constituyen un muy elemental resumen. Las élites atónitas no han sabido hasta el presente aprender la lección de la ciudadanía expresada en las urnas. Se mueven incómodas en sus mullidos sillones, añoran los tiempos seguros, los de la obsecuencia ante los poderes financieros ahora más concentrados, servidoras de terminales de orígenes remotos, o no tanto.

Los patriarcas de un sistema de turno dinástico, desconcertados, claman contra las decisiones democráticas de sus súbditos, perdón, ciudadanos y ciudadanas electores, en tono plañidero del «no era eso" o en el amenazante del apocalipsis por la desviación respecto del elevado destino que ellos mismos habían diseñado para bien de todos los poderes a conservar de la iglesia, del ejército, de la magistratura; de la banca, en plena digestión de sus últimas víctimas, las cajas de ahorro.

No extraña que algunos de ellos se hayan lanzado a la innovación del lenguaje político, con hallazgos sorprendentes como el de la «dictadura arbitraria» (¿hay alguna que no lo sea?), la «utopía regresiva», aún más desconcertante, pues parece que las utopías lo sean desde Moro, para el progreso del género humano. A estos patriarcas se han sumado con entusiasmo los reproductores mediáticos: a fuer de repetir contundente la contundencia se ha quedado en la palmeta de sacudir el polvo; como el referéndum independentista que nadie entiende en qué puede consistir: referéndum es un instrumento que puede conducir, según la respuesta mayoritaria, a la independencia o no si la consulta se refiere a la independencia. O la perla del «postureo», indefinible ante la ausencia de argumentos, de ideas y de desprecio de la palabra.

Ocurre lo propio con los partidos constitucionalistas, expresión sorprendente pues parece indicar que los partidos políticos se afanan en el estudio de la o las constituciones a la manera de poder pasar el examen correspondiente. Todos los partidos legalmente aceptados son constitucionales, sin tener que acudir a las aulas o «ganar unas oposiciones». Puede que sea traducción de algún partido trufado de opositores cuya seguridad en el empleo pretende indicar su «independencia» del erario (¡?).

«Si quiere hacer la paz con su enemigo tendrá que trabajar con él. Entonces éste acabará siendo su socio» (Mandela). Esto consistiría en gran novedad en Absurdistán que prefiere el encono, el «sostenella y no enmendalla» y algunas otras atrocidades perpetradas aun hoy en plazas, calles para regocijo de los propios, asombro de los ajenos, escarnio de la humanidad que aquí se pretende revistir de cultura, tradición, identidad.

Como guinda el fraterno obsequio entre dictadores: la hora de Absurdistan nos permite, como cruel metáfora, seguir rezagados respecto al huso horario que nos corresponde.

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