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Demasiadas mascarillas

Puestos a ponerse una mascarilla, antes que como medida de defensa contra los refugiados sirios deportados a Turquía, quizás deberíamos usarla para hacer frente a académicos como Félix de Azúa o ladrones de guante blanco con cuentas en Panamá

Cuando lean estas líneas ya habrán visto decenas de imágenes sobre la deportación de los refugiados sirios de Grecia a Turquía e, incluso, nos habrán explicado hasta el motivo de por qué los llevaban, quién sabe, pero de entre todas las imágenes que me llaman la atención en este día aciago en que Europa ha perdido esencia y decencia, me quedo con una: la de las mascarillas de los policías. Porque que lleven el brazalete de la Unión Europea luciendo en el antebrazo ya es complicado de digerir, pero lo de las mascarillas, ése es otro tema. Como entiendo que en caso de tratarse de personas portadoras de alguna enfermedad contagiosa las hubiesen trasladado responsablemente en aviones medicalizados o ambulancias (previo diagnóstico, claro) para preservar su estado de salud y evitar un posible riesgo de contagio a los demás, el hecho de que sean trasladadas sin este tipo de medidas me hace suponer que el motivo de uso obligatorio de las mascarillas por los agentes de inmigración no es sanitario.

Pero da igual, en este mundo tomado absolutamente por la imagen, el mensaje del miedo, los prejuicios y estereotipos ya ha encontrado su lugar. ¿Que no están enfermos? Da igual. ¿Que no huelen mal? Da igual. ¿Que no son unos apestados? Da igual. El uso de las mascarillas „uno por policía y un policía por refugiado„ fortalece el mensaje de que puede ser así en cada uno de los supuestos y que, en consecuencia, bien hecho por la UE y «cuanto más lejos mejor».

Y puestos ya a ponerse la mascarilla,

encuentro mil motivos antes que éste para ponérsela uno/a, como, por ejemplo, las malolientes declaraciones del académico de la RAE Félix de Azúa sobre la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau (por cierto, el silencio de la Academia respecto a este alarde machista es ensordecedor). O, otro ejemplo, hay que ponerse la mascarilla sin falta y para evitar contagios ante ese alud de defraudadores muy patrios y muy respetables que se refugian en Panamá para que lo que no pagan ellos lo tengamos que pagar la ciudadanía en general ahora o en las generaciones futuras. Porque, la vida es así, si unos no lo hacen o pagan, lo tienen que hacer o pagar otros, con la consiguiente sensación de injusticia, abuso y enfado que se genera, un cabreo tal que ni las mascarillas esas buenas contra familias que huyen de la guerra pueden retener.

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