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Estados paralelos

Entre la exaltación y el derrotismo, así es o parece ser el espíritu español, si es que este existe. Venga de la crisis del 98 o más allá en el curso de los tiempos, lo cierto es que el problema de España o España como problema ha sido una constante intensa en los debates intelectuales del país, y ha dado pie a todo un subgénero literario -o historiográfico, si prefieren. Ya fuera motivado por la melancólica pérdida de Cuba o por la dramática guerra civil, lo cierto es que esa veta del ensayo hispánico no ha hecho sino crecer hasta colmar bibliotecas enteras. De Ortega y los orteguianos, pasando por Sánchez Albornoz y Américo Castro con sus interminables disputas visigóticas, a los más clásicos: los dos Menéndez y su estudioso, nuestro Maravall, y Madariaga o el mismo Vicens Vives, y no digamos de los tristes diarios de Azaña fecundados en Benicarló y trasladados también al teatro.

¿Es esta una más de las pasiones españolas, debatir sobre el alma patria, lo que también ha sido un buen sortilegio para muchos poetas como León Felipe o Machado? Ni siquiera con esta primera pregunta parece que estemos de acuerdo. Quizás seamos discutidores ontológicos. Lo cierto es que el debate del ser nacional, la cuestión identitaria como la definen otros, no es un rasgo específicamente español. Ese virus anida en todas partes, tanto en las viejas como en las nuevas naciones, y no es estrictamente ni reaccionario ni progresista como los partidistas quieren hacernos creer. Hay ejemplos para todos los gustos.

De ese uso y abuso del análisis de la historia, de la manera de elaborar el relato de la historia más en concreto, no hay país ni ideología que se salve. El proceso independentista catalán, por ejemplo, viene adherido como un siamés a su propia narración de los hechos históricos y, por lo general, de una simplificación y unilinealidad que claman al cielo. La identidad valenciana, también, ha sido y es objeto de reduccionismos varios, desde el mito fundacional contemporáneo creado por Fuster -y Sanchis Guarner-, a las banalidades blaveras o ese último y adolescente vídeo que circula por youtube sobre «Qui som els valencians».

Evidentemente, la cuestión catalana reciente ha puesto a escribir a casi todo el mundo en nuestro país sobre estas temáticas. De esa producción que sigue en curso, me permitirán recomendarles tres títulos de otros tantos historiadores, pues son estos, a pesar de todo, quienes con más rigor suelen acercarse a tales asuntos:

„«Catalunya, España. Encuentros y desencuentros», de José Enrique Ruiz-Domènec. Reparte crisis para todos pero sustenta una idea motriz, la de que el Estado español no ha sido nunca uniforme salvo en dos periodos, durante el califato de Córdoba y con el franquismo, es decir, dos regímenes construidos a sangre y fuego.

„«Historia mínima de España», de Juan Pablo Fusi, en el que se cita a Ortega para subrayarle como el verdadero creador del nacionalismo español, inexistente hasta ese momento. España sería una idea moderna y liberal secuestrada finalmente por el franquismo y que en la actualidad vive huérfana.

„Y el recientísimo «Dioses útiles», de José Álvarez Junco, un catalán que deja claro que toda nación es una idea que se construye, y que ahonda en la extrema debilidad histórica del Estado español.

Los tres ensayos comparten conclusiones que resultan útiles para encarar con tino la existencia en este nuestro país llamado, a veces ni siquiera, España. Una, que el proyecto de crear un estado central, jacobino, fuerte€ no ha prosperado. Otra, que la tendencia disolvente del estado central es constante y que los intentos de coexistencia entre las plurales naciones no han acabado demasiado bien. Así que no es de extrañar que como país vayamos de una encrucijada a otra, tal cual en la que ahora mismo parece que nos encontramos.

Hay, como todos ustedes lectores saben bien, un proceso de rebelión, a la democrática sui géneris, por parte de Cataluña, así como otros nacionalismos, incluido el nuestro valenciano más o menos integrados que no apocalípticos como lo fue hace unos años una rama del vasco -en regresión según el euskobarómetro. Y hay un desacuerdo que a día de hoy parece irresoluble entre las fuerzas políticas centrales, con un nuevo partido emergente que poco más o menos reclama la autodeterminación de los pueblos hispánicos a la carta. Sin olvidarnos de la bronca competencial y financiera entre el Estado central y las autonomías, con una parte importante de los representantes políticos de estas últimas clamando contra el ministerio de Hacienda, al que Bruselas, por otro lado, aprieta para que detenga el gasto periférico.

Dicho todo lo cual, parece evidente que estamos ante un proceso preconstituyente, aunque no sepamos cuál, si federal o confederal, si recentralizador, de libertad asociada o de qué carámbanos. Así que me permito proponer crear un estado de estados paralelos, en el que cada instancia construya sus propias competencias y se las pague con sus impuestos. Al fin y al cabo los ayuntamientos prácticamente ya funcionan así. ¿No hay museos nacionales conviviendo con museos regionales y locales€ y orquestas y teatros? Pues que existan también hospitales, colegios y universidades estatales y/o autonómicas€ pero con responsabilidad fiscal. Que cada identidad se pague lo suyo, y Dios en la de todos, como cuando el Imperio, antes de la nación.

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