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Valencia canalla

La mayoría de los nombres más celebrados de la literatura en cualquier lengua vienen a la Fira del Llibre de València como parte de una gira organizada por sus editoriales (un faranduleo que zarandea a las glorias con problemas de próstata) y recuerdo a Sánchez-Dragó quejándose en los Viveros porque había firmado más libros en Castellón que en el cap i casal. También en tiempos más prósperos, pero menos derrochadores que los que vinieron después, un famoso como Antonio Gala podía cobrar un millón de las pesetas de entonces por una charla y por acomodarse en un sitial principesco en la Fira y atender la larga cola de admiradores aunque, a veces, hubiera que vestir de calle a conserjes y botones de la entidad bancaria para acrecentar el público convocado por todo un premio Nobel (de Literatura). No daré nombres.

No, Valencia no es una plaza ni fuerte ni fácil, pero sí es italiana, lo que quiere decir que Rafael Solaz, un hombre con unos fondos documentales que matan de envidia, dedica su último libro a «La Valencia canalla» (no escasea esta fauna). También significa que tenemos individualidades capaces de mantenerse en permanente fermentación, el problema de esos bichos minúsculos es que caen de la mesa y se matan, como decía aquel ministro de Sanidad. Aún no hemos descubierto la ayuda mutua del príncipe Kropotkin o la simbiogénesis de Lynn Margulis. Tres amigos, crean una editorial y uno, una escisión exquisita. Por otra parte, no quedan bancos valencianos para repartir estrenas: se los fundieron en jirones y astillas después de financiar una economía de parques temáticos prolongados hasta el infinito y más allá.

Las tradiciones no se improvisan y no tenemos días de libro y rosas por sant Jordi, pero sí los tonantes moros y cristianos de Alcoi que ha llevado a la Fira la ensoñación del Betlem de Tirisiti. Dice el profesor Gil-Manuel Hernández que la literatura popular cuenta. Las literaturas peninsulares „no sólo la castellana„comienzan con algo tan gracioso, leve y plebeyo como los romances. Y a lo grande empezó la italiana: con Dante y Petrarca.

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