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De la Croisette a Cullera

Hoy domingo se empieza a desmontar Cannes. Me refiero al festival de cine, que ha dado a conocer sus palmas y tras cuya gala de esta tarde enrollará hasta la primavera que viene la célebre alfombra roja. . El festival de Cannes nació tras la II Guerra Mundial, para competir con la Mostra de Venecia que había impulsado Mussolini en los años 30 y para promover la imagen turística de la Costa Azul tras el conflicto bélico. A partir de la década de los 50, el renacimiento del cine europeo de la mano de estudios como Ealing, Cinecittà o Gaumont, provocó la reacción americana con el aterrizaje masivo de estrellas de Hollywood en el festival francés, y desde entonces hasta la fecha los franceses han administrado ese glamur como si fuera la poción mágica de Obelix.

Por más que se esfuercen, sin embargo, la decadencia actual de la Riviera es imparable. No crean que difiere tanto de nuestra costa mediterránea. Todo es mucho más caro allí, sin duda, y abundan las tiendas de lujo para millonarios advenedizos „como en Ibiza o Puerto Banús. El palacio del festival de cine es bastante anodino y ya les gustaría tener un Kursaal como el que hizo Moneo para Donosti. Eso sí, los hoteles históricos son envidiables: el propio Carlton, el Martínez, en cuya piscina solían frecuentarse Luis G. Berlanga y su hijo Jorge para tomar el aperitivo, o el Majestic tan decó.

Todos esos fantásticos hoteles „y los de Antibes, Niza, Cap Ferrat, etcétera„ cuentan con pequeños pantalanes propios, tan cuidados y estéticos como los bañadores Vilebrequin, y con un beach club sobre la misma arena de la playa donde tomar un sándwich o una ensalada a precios astronómicos. El contraste con nuestra costa, ahí sí, es descorazonador para la oferta playera valenciana. Entonces me entra nostalgia de los tiempos en que Pedro Almodóvar presentaba sus películas en la Mostra de Valencia y las proyecciones terminaban en los baños Victoria de la Malvarrosa, llamados entonces Casablanca, con una orquesta de swing jazz junto al mar.

Por eso no termino de entender la pésima gestión que se ha hecho de nuestro territorio costero. Y no me refiero al exceso de construcción que ha colmatado tantos espacios „aunque el modelo Benidorm consuma menos suelo que el modelo Altea„ sino al maltrato del paisaje, la falta de buen gusto y diseño de los espacios y el mobiliario urbano público, los desbarajustes y horrores uniformizadores de las leyes de costas promovidas desde el centro peninsular, en contraste con la falta de normas para los problemas específicos de unas poblaciones que multiplican su población estacionalmente, cuyos accesos y transporte público necesitan mejorarse sin demora.

Todo ello a pesar de que las playas siguen siendo el valor que más PIB acumula en nuestro país, y en el caso de nuestra comunidad de un modo bien notable. Ninguna Administración por encima de la local ha mostrado hasta la fecha un interés específico por administrar el sensible espacio litoral y el inevitable desarrollo de su sector económico. Unos dejan hacer en exceso, otros viven instalados en la cantinela del turismo de calidad y desprecian lo que somos y ya tenemos, turismo de masas, turismo popular, cuyo primer impulsor, por cierto, fue un tal Indalecio Prieto.

De Benicàssim a Benidorm, que es la franja costera que más frecuento, se sucede la insensibilidad territorial y estética. A día de hoy, por ejemplo, ni está ni se le espera la conexión ferroviaria entre el aeropuerto de Alicante „dominado por los taxistas de Elche„ con la mencionada capital de la Costa Blanca, destino final de la mayor parte de los vuelos del Altet, ni se han resuelto las principales entradas al emporio turístico benidormí tras la fallida operación urbana de su nueva estación de autobuses.

Y si hablamos de accesos, pongamos a Benicàssim y, en especial Dénia, como pésimos ejemplos de accesibilidad, cuyas urbes hay que cruzar para llegar de la autopista al mar no sin antes atravesar un polígono industrial que da la bienvenida a la ciudad en el caso de la capital de la Marina Alta. Aunque peor lo ponen en Oliva, que sigue aislada de la realidad y sin variante viaria que elimine el tráfico de su casco urbano. Obviamente, tengo que recordar, también, la afligida demanda de una conexión ferroviaria entre Gandía y la mencionada Dénia, una reivindicación convertida en crónica.

En la propia Gandia, en Cullera, echamos de menos proyectos de calidad, algo de diseño urbano, menos improvisación. Nada sabemos, por ejemplo, de los planes urbanos que promoviera Fernando Mut. Por no hablar de Valencia, cuyo potencial playero y turístico parece que se empeñan en anular: el puerto ampliándose sin ton ni son salvo para favorecer a las empresas ampliadoras „el negocio es la ampliación, of course„, Nazaret liquidada, Pinedo y la Malvarrosa con normas de chiringuitos feísimos, las Arenas lindando con el solar donde un día iban a construir unas piscinas con cubiertas retráctiles, convertido hoy en un descampado de matorrales. Así hasta el infinito, incluida esa autopista que discurre junto al mar entre El Puig y Sa Playa despilfarrando nuestro suelo mediterráneo más frágil y caro.

Se han derribado chalés populares, a veces sin más motivo que el ortodoxo cumplimiento del linde costero, o se han asfixiado barrios, se han puesto señalizadores con palmeras horribles y lo han llenado todo de rotondas tras no dejar ni un árbol de sombra junto a las carreteras. Un territorio especulativo, desde luego, pero un espacio también feo, sin gusto, que es lo primero que reclama, por cierto, ese turismo de calidad por el que tantos suspiran. Nuestra política turística no puede atender solo a planteamientos promocionales ni a infraestructuras. La costa valenciana, más que nunca, necesita abordarse de un modo integral, transversal como dicen ahora, generando objetivos de planificación, inversión y legislación a largo plazo, a veinte años vista por ejemplo, before sun. En juego está nuestro principal sustento.

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