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Sentido contrario

Por la coña esa del Whatsapp asoman a nuestra vida las compañías más inverosímiles: los de curso del 69, los remeros de Paiporta, los del concurso de dardos de la cafetería Babilonia. Esta vez hay cena con los antiguos camaradas trotskistas, una cofradía ubicua que, en los últimos años de Franco y primeros de la UCD, llegó a reunir, en el País Valenciano y como LCR, cien o ciento veinte efectivos, la policía, que ya tenía sueldo fijo, habrá levantado un censo fiable. Teníamos mala fama los trotskistas, según se mire, y bastante tirón entre la pandilla del arte y como usábamos nombres de guerra, éramos difíciles de perfilar sin ser coloidales.

Yo me apunté porque me permitía combinar la exigencia técnica y la devoción por Pancho Villa. Por otra parte, tenías que hacerte autocrítica y si no llenabas siete folios, no eras nadie, lo que sin duda complacía mi lado penitencial. Pero seguimos teniendo mala fama porque algunos antiguos trotskistas ocuparon puestos con Bush Niño o dirigieron el Banco Mundial con los calcetines agujereados (eso nunca me hubiera pasado a mi, lo de los calcetines). La política siempre tiene un lado generacional, que ni la explica del todo ni, a veces, un poco, pero Aznar o Zaplana tuvieron en sus equipos a más maoístas de los que nunca tuvo Mao. No podré estar en la cena y bien que lo siento, porque me reclaman los Montes de Oca, unas cumbres místicas.

La mayoría de mis antiguos camaradas han vuelto a desfilar en las manis del 15M, los he visto, mayores, con barriga y canas, como vi a Dionisio Vacas, el sindicalista, prodigiosamente joven, en las movilizaciones contra la guerra de Irak, cuando un concejal de mi pueblo explicó así su alineamiento con el Pentágono: «Para una vez que estamos con los americanos, no vamos a ponernos del lado de los indios». De lo que se infiere la necesidad de agotar el turno de guardia y no entregar la posición. Yo soy el único hombre vivo que condujo contra dirección en el Pentágono, los marines se echaban las manos a la cabeza. A Xavier Albiol, que no es Dios, pero casi tiene tantos años como Él, pongo por testigo.

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