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El martirologio del cardenal Cañizares

Conocemos la secuencia de ocasiones anteriores. Sin ir más lejos, en los años de Zapatero: la izquierda gobierna. A continuación, la Iglesia Católica sale del plácido letargo en el que se encontraba durante el período anterior, regido por el PP, y se dispone a denunciar todo tipo de abusos y agravios -reales, exagerados o directamente inventados- del nuevo Gobierno progresista, que es pintado como rabiosamente anticlerical. Manifestaciones, declaraciones extemporáneas, sensación de descontrol y caos, € Tarde o temprano (por lo común, muy pronto), el Gobierno de izquierdas se rinde, firma una paz labrada en concesiones de todo tipo (mejor financiación para la Iglesia, prebendas, Concordato, etc.), que rivalizan con las que la Iglesia había conseguido con el Gobierno de derechas, pero que ni tan siquiera sirven para que las manifestaciones y protestas disminuyan su intensidad; no para que desaparezcan.

En el gobierno bipartito de la Generalitat Valenciana estábamos viviendo algo similar, a propósito de los colegios concertados. El modelo de escuela concertada -un infausto invento de los socialistas- es defendido por mucha gente; sin duda, sirve para tapar algunos parches allá donde la enseñanza pública no llega. El problema es que, por lo común, para lo que sirve es para que la subvención pública financie un sucedáneo de la privada, con todos los «beneficios» adheridos a la misma, y en particular la segregación (respecto de los inmigrantes, concentrados en mucha mayor medida en la pública), pero sin los costes adheridos. En resumen: está muy bien que exista la educación privada. Pero, como su propio nombre indica, sus costes deberían ser también privados.

Bastó que el conseller de Educación, Vicent Marzà, osara no renovar algunos conciertos para que los partidarios de la enseñanza concertada tomaran la calle, con recordados cánticos de dirigentes del PP. Algunos de ellos, en su día, consellers de Educación, tal vez menos aplicados en la defensa de la pública, como era su obligación, que de la concertada, como es, indudablemente, su devoción. La reacción del Consell no se hizo esperar: en palabras de la vicepresidenta y portavoz, Mónica Oltra, con este Gobierno habrá, al menos el año que viene, tantas aulas concertadas como con el anterior. Lo curioso es que lo dice como si fuera algo meritorio, o de lo que haya que congratularse.

En fin, que el proceso ya estaba en marcha, como siempre, y con el final por todos conocido: marcha atrás del Consell, arrepentimiento, y hasta una próxima ocasión. Y en estas que apareció el arzobispo de Valencia, el cardenal Cañizares, con una retahíla de declaraciones a cual más extemporánea e impresentable, combinadas, todas y cada una de ellas, con una actitud de martirologio ridícula en tanto desmesurada e impropia. Como un nuevo Isaías, pero con titulares críticos como moderna forma de «martirio». Cañizares, la «víctima», se ensañó primero con los homosexuales, luego con las mujeres y después pasó a los «rojos» del Consell, acusándoles de reeditar el franquismo. Es curioso que Cañizares utilice el franquismo como crítica, pues no hay constancia de que el cardenal fuese particularmente activo en su oposición al régimen de Franco; pero sí, en cambio, de que ha permitido que se mantengan diversos símbolos franquistas en las iglesias de su diócesis, como por ejemplo una placa conmemorativa del «Año de la Victoria» (1939, claro) en la parroquia de San Valero; o un retrato de Francisco Franco en el retablo del Altar Mayor de la Iglesia de la Santa Cruz de Valencia.

Con todo ello, sin duda, el Gobierno valenciano está de enhorabuena: nada mejor que un enemigo atrabilario, maledicente y desmesurado como parece ser el cardenal para que todo el mundo -incluidos muchos católicos practicantes- se ponga de lado del Consell, o al menos no se ponga en frente. Tan desacreditado ha quedado Cañizares que no sólo se ha apresurado a retirar algunas de sus declaraciones, sino que no es descartable que, por una vez, € ¡el Gobierno de izquierdas no se rinda frente a la Iglesia! O no tan pronto, al menos.

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