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Tiburones de asfalto

Fui a mi banco, pero lo habían cerrado. Me trasladé a la oficina más cercana y, tras cerciorarme de que la señora que se escondía detrás de una columna no se estaba desplomando, mantuve un debate impuesto acerca de la utilidad de un duplicado de un seguro de vida: para la declaración de la renta. Me dijeron que tenia que ir a mi oficina primitiva en el otro extremo de la ciudad y, entonces, bastante encabronado, le dije: «Pueden mover decenas de millones a través de media docena de países en un minuto ¿y no pueden sacar un papel para Hacienda?». Al final, una chica llamada Silvia me atendió, muy dignamente, por teléfono. El elemento humano, siempre decisivo, incluso en las finanzas.

Al final, y como las cajas se transformaron en bancos, como recomendaba la troika (lo que dio la estupenda oportunidad de saquearlas: la figura es robarle la cartera a un agonizante), se cierran oficinas, se prejubila a los trabajadores, le recomiendan operar en internet y en los cajeros automáticos, no hay futuro que no sea de oclusión y paisaje liquidado. No me extraña que un viejo banco esté en el centro de los sucesos de Gràcia, Barcelona: todo un símbolo. Para entender las finanzas, la ciencia lúgubre, hace falta un periodista como Andy Robinson o un periodista doblado de antropólogo como Joris Luyendijk que se fue a la City para entenderla y se trajo un libro: Entre tiburones. El buceo entre escualos no es un deporte de riesgo: ya es mera cotidianeidad.

El Estado cubrió generosamente con dinero nuestro los huecos que dejó en la contabilidad la actuación irresponsable de las finanzas y sus políticos comensalistas y parasitarios. Sin pedir, a cambio, acciones en las entidades subsidiadas por el importe desembolsado ni exigir la devolución de primas, complementos, jubilaciones y sueldos obscenos de los directivos, que es como condecorar a un conductor por circular a trescientos por hora en una zona escolar o a un pederasta por rebajar en dos años la edad de su última víctima y, como dice Luyendick, «lo aterrador es que nada ha cambiado y está clarísimo, el sistema sólo cambiará si se le fuerza a hacerlo».

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