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Contra el «establishment»

El ambiente político que se respira en Estados Unidos, según todas las crónicas, sólo puede definirse como un ambiente contra Washington y el establishment, tanto demócrata como republicano. Solo así se explica no sólo el avance imparable de Donald Trump en la carrera republicana a la Casa Blanca sino también el hecho de que el socialista Bernie Sanders le esté pisando los talones a la demócrata Hillary Clinton en delegados electos.

Todo ello tiene más que ver de lo que pudiera parecer a primera vista con el avance del populismo y el nacionalismo en la vieja Europa. Para cualquiera que haya vivido en Estados Unidos, donde la palabra socialista e incluso la de liberal parecen despedir un tufillo a azufre, el fenómeno Sanders es realmente digno de estudio. El candidato que se califica de socialista en el corazón del capitalismo más descarnado está obligando a Clinton, la candidata de Wall Street y del establishment, a girar desde el centro en el que le gusta situarse hacia la izquierda.

En el campo republicano, el fenómeno Trump es tanto o más significativo por cuanto refleja no ya el profundo malestar, sino la clara indignación de buena parte del electorado con el establishment republicano. Es el equivalente estadounidense del «no nos representan» que hemos oído tantas veces a este lado del Atlántico aunque en el caso de Trump, dada la idiosincrasia del personaje, un ególatra sin remedio, el fenómeno populista que representa nos parezca mucho más inquietante.

Y lo es incluso para analistas estadunidenses tan conservadores como Robert Kagan, uno de los ideólogos de los llamados neocons, el hombre que en un famoso ensayo estableció la diferencia entre los kantianos europeos y los hobbesianos estadounidenses al explicar que los primeros son de Venus (el dios del amor) y los segundos, de Marte (el dios de la guerra). En un reciente artículo, Kagan afirma que el fenómeno Trump «no tiene nada que ver con la política ni con la ideología», ni tampoco con los republicanos, que le vieron nacer a la política, pero «a quienes hace tiempo que dejó atrás» como lo demuestra el hecho de que «el ejército creciente de sus partidarios ya no se interesa por ese partido».

Trump, escribe Kagan, «no tiene ninguna receta contra la crisis, cada día cambia de propuestas, y lo único que ofrece es una actitud, un aura de fuerza burda y de machismo, un desprecio fanfarrón hacia las finezas de la cultura democrática, que, como afirman él y sus partidarios, sólo han generado flojera e incompetencia». Sus actos consisten en ataques sistemáticos a un amplio espectro de cuantos considera «diferentes».

«Trump „afirma el ideólogo conservador„ es un ególatra en el sentido más exacto de la palabra, pero el fenómeno que ha creado hace ya tiempo que es mucho mayor que su sola persona y por ello mucho más peligroso». Kagan incluso califica de fascista ese fenómeno: «Así llega el fascismo a América. No con botas ni con saludo militar (€), sino en la persona de un famoso de la televisión y mendaz multimillonario, un ególatra de libro, que abusa del resentimiento y la inseguridad de la gente y por medio de un partido que se ha adherido a él en todo el país, bien sea por ambición, bien por lealtad o simplemente por miedo».

Es cierto que ni el fenómeno Trump ni sus equivalentes europeos se ajustan a la definición clásica de fascismo, pero no por ello debemos bajar la guardia.

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