Tras la ajustada victoria del brexit, la resaca europea se describe en la incertidumbre. Es incierto el futuro de la UE, como también el concepto de globalización. De los valores-eje del Tratado de Roma „paz, prosperidad y solidaridad„ que parecían aglutinar a 28 Estados-nación, tan solo el primero sobrevive y esperemos que por mucho tiempo.
Los otros dos han sucumbido a efectos de un modelo inviable con la base exclusiva de una moneda que ni siquiera es la de todos. Esta moneda y la británica se han desplomado, al igual que las bolsas, en cuotas e índices cuyos precedentes se remontan a un pasado nada próximo. Los llamamientos políticos a la tranquilidad son tan creíbles como el optimismo de quienes dieron por seguro el triunfo del no a la salida.
Responsable del referéndum, David Cameron se ha equivocado hasta extremos patéticos. No solo acabó en fracaso su intento de seguir en la Unión, sino que el voto antieuropeo de Inglaterra y Gales rearma la exigencia independentista de Escocia e Irlanda del Norte, donde ganó el voto de permanencia. Imposible imaginar peor gestión de una mayoría absoluta. Desde la madrugada del viernes crece imparable una catarsis generalizada en las islas y en todo el continente. La eurofobia ultra ya explota la renta del brexit, primera ficha del dominó que puede arrastrar a otras, con caida general del modelo de la Unión. Y ojalá que solo sea el modelo y se abra paso la Altereuropa postulada desde hace años como reacción de supervivencia. Una Europa que recupere los principios de prosperidad y solidaridad, masacrados por la crisis económica y el descrédito de la austeridad como única receta.
El premier británico anuncia su retirada de aquí a tres meses, cuando lo razonable sería convocar elecciones cuanto antes, aun con el riesgo de romper la rotación bipartidista del sistema. Porque los ganadores del brexit no van a renunciar a su gran oportunidad. Un tipo astuto como Nigel Farage, sin duda tiene para la UKIP planes de mayor alcance, animado o no por energúmenos como Donald Trump, cuyo eventual acceso a la Casa Blanca sería definitiva rampa de lanzamiento para Marine Le Pen y sus émulos en el continente. No son precisamente inéditas las secuelas „monstruosas„ de las crisis económicas devastadoras ni sus efectos de contagio.