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La política de Play Station languidece

A ver, aparte del Pacma, sólo el PPCV puede descorchar el champagne con los resultados de las urnas el pasado domingo. Los populares hicieron una campaña eficaz en Valencia, escondieron a ministros sureños y otros figurones y enfocaron el mensaje en criticar el primer año del tripartito, reforzando a Isabel Bonig. Para ellos arrancó la campaña de las autonómicas 2019. En cuanto al ámbito general, ganó el débil-fuerte y la no sobreactuación. Rajoy convirtió en virtudes sus imperfecciones, los tics, el balbuceo, la mirada... Dio confianza al elector. El resultado es que Mariano está más cerca de la Moncloa, la crisis se traslada a la oposición y la política de play station languidece.

Moderación. Dicho lo cual sería aconsejable para los populares valencianos que contuvieran su euforia, atemperaran su entusiasmo si es que alguien tiene la tentación de imaginarse ya firmando el DOCV. Aunque sea un ejercicio periodístico recurrente, trasladar unos resultados obtenidos en unas elecciones generales a un ámbito local no es muy ortodoxo y puede llevar a equívocos. Primero porque conocemos a una legión de votantes cuyo voto a Rajoy tuvo un profundo marchamo estratégico. Muchos hicieron un gran sacrificio votándole y, además, veremos si repiten su voto en 2019.

Voto valenciano. En segundo lugar colegirán conmigo que el valenciano, como animal político, vota singularmente. El voto aquí es un arcano. El votante de centro-derecha puede perdonar la marginación del Estado, el ninguneo institucional, una alta dosis de escándalo y el despilfarro. Sin embargo parece insobornable ante la imposición de un imaginario extraño, la ofensa hacia su catálogo de referentes simbólicos o el desprecio de su iconografía. Es una muy particular interpretación del orgullo colectivo, personal e intransferible, incomprensible para muchos. Pero real y a respetar para quien se precie de conocernos.

Perdedores. Dicho esto, los resultados electorales del 26J señalan a dos grandes perdedores. Primero está el gremio de la predicción y/o el análisis. Y en segundo lugar, pero con méritos mayores, esos representantes de la izquierda gobernante que surfeando la ola de la superioridad moral inhabilitan a los votantes conservadores por apoyar a «presuntos delincuentes». Dice sorprenderse Mónica Oltra -cuyo eclipse como astro de la política española parece evidente- con los resultados obtenidos. Entiende que habida cuenta de la escandalera judicial que acompaña al PP los votos de la sonrisa deberían haber caído del cielo como fruta madura. Imagino que si hubiera sido al revés habría tildado este arrebato más propio de un estado de impotencia de reacción antidemocrática.

Reflexión. No obstante, ¿no deberían prescribirle a la vice un ejercicio de introspección? ¿No deberían los ex sonrientes explorar en sus políticas los motivos de tan sonora debacle? ¿No harían bien en practicar la autocrítica -sólo Ribó lo hizo sugiriendo el carácter tóxico de la alianza con Podemos- y olvidarse del enemigo externo? ¿Qué lleva a un pueblo soberano a incrementar su apoyo a un partido que cimenta su historia reciente sobre la mala praxis? O, sensu contrario, ¿qué lleva al pueblo soberano a preferir a una pretendida recua de maleantes -sujetándonos al aforismo oltriano- antes que conceder su confianza a las mareas de honrados, austeros, entusiastas y simpáticos políticos sonrientes? ¿Qué habrá visto en ustedes la ciudadanía para optar por Barrabás? ¿Y si resulta que, realmente, dan miedo? ¿No será que se les ve demasiado el ojal de la venganza a ustedes en su gestión y por eso los valencianos parecen haberse olvidado de los motivos por los que barrieron al PPCV de las instituciones? Es como si ante la embestida de la manada de bisontes el electorado hubiera preferido el abismo.

El gobierno. Ximo Puig y su equipo intentará construir un relato de su Consell para que parezca un gobierno, no una excursión de párvulos, un colectivo a la greña, un grupo que destila cierto amateurismo en algunos departamentos -en algunos como el negociado de Medio Ambiente ciertamente preocupante-. El Molt Honorable anuncia cambios y promete un giro valencianista, con el peligro de que el votante prefiera el original -Compromís- a la copia -un abducido PSPV-. Puig vivió dos noticias el 26J. Una mala y una buena. La mala es la consolidación del sorpasso a la valenciana. Mucho deberán cambiar las cosas para que el PSPV no haga de comparsa en el futuro gobierno multicolor que salga de los comicios de 2019 dirigido por Mónica Oltra. Eso si es que sale ella victoriosa del primer duelo de féminas en la historia del Reino: Mónica vs Isabel, Cersei vs Danaheris. La buena noticia es que a la contra se gobierna mejor. No tendrá en la Moncloa a un socialista cautivo que le pueda negar el aire. Fernández Vara o Susana Díaz y otros han admitido que el PSOE ha de opositar. Lo dijo Ximo el pasado 20D. El primero.

la tele, culpable de todo y de nada

Estas elecciones nos han dejado el crepúsculo de los líderes catódicos. Los que se forjaron en los platós de TV o en el efectismo parlamentario. La tele que sufrimos y la que no tenemos por otro lado. La culpa de la debacle no fue del cha cha cha - ya no pueden echarle el muerto a la manipulación televisiva, al espantajo comunista, a los «viejos» o hasta el pucherazo- y el tripartito está obligado a la contraofensiva. Una de las más brillantes ideas es esgrimir la ausencia catódica. No han podido difundir los logros del Consell, dicen, y vienen las prisas por rehabilitar la pantalla pública. ¿Será porque conocedores de la potencialidad del invento audiovisual prefieren su capacidad para fijar liderazgos y proyectar referentes políticos antes que sus virtudes para «redreçar» el país?

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