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Caramelitos para los políticos

El 24 de julio cerró la Casa de los Caramelos, a 50 metros de Les Corts, propietaria del dulce edificio. La institución se negó a ampliar el contrato de alquiler. ¿Por qué? Esta pregunta tiene varias respuestas, sintetizadas en el apotegma del señor García, su primer propietario, al final de este artículo.

Se comenta en los círculos generalmente mal informados que esta decisión radical obedece al enorme consumo de caramelos por la mayor parte de Les Corts, lo que les impide gobernar con mayor tino y para todos los valencianos (y valencianas).

Hemos consultado a varios médicos y periodistas especializados en la información política (localista). Los primeros aseguran que la ingesta de tantos caramelos eleva el nivel de azúcar en la sangre hasta extremos lindantes con la diabetes («diabetis», en el lenguaje popular de antaño).

La diabetes puede anular la consciencia de los políticos, a pesar de que muchos portan jeringuillas en sus carteras y bolsos (las mujeres) para inyectarse insulina tres veces al día. Es una medicación que no está siendo positiva en muchas de las medidas adoptadas por el tripartito.

Los colegas de los medios de comunicación no han tenido el menor inconveniente en confirmar „a preguntas de este humilde cronista„ que, efectivamente, una mayoría, cualificada o no, del alegre tripartito, adquiría, de tapadillo (a menudo enviando al personal subalterno de Les Corts), grandes bolsas de caramelos de todos los colores y sabores.

Es lógico porque la Generalitat y Les Corts están a tiro de caramelo de la hechizada Casa de los Caramelos. ¿Cuál es verdadera explicación a lo sucedido? ¿Por qué Les Corts no ha ampliado el contrato de alquiler de este entrañable e histórico establecimiento, muy anterior a las películas edulcoradas de Doris Day o Harry Potter?

Muy sencillo. En la revisión médica anual de todos (y todas) quienes trabajan en Les Corts y el Palau de la Generalitat, los galenos observaron que decenas de los análisis de sangre registraban unas dosis peligrosa de hiperglucemia que podía cursar, como así ha ocurrido, en comportamientos alucinatorios.

El primer síntoma data de las primeras medidas impuestas por Vicent Marzà i Ibáñez, conseller de Cultura i Educaciò, e integrante de la festiva Colla El Pixaví, institución castellonense de honda raigambre. Varios de sus llibrets festers obtuvieron importantes galardones años atrás.

Marzà es de Compromís, formación política que nos adora, lo cual es un timbre de gloria al que no renunciaremos mientras Dios nos dé vida. Por su edad y envergadura, Marzà i Ibáñez es el más niño de todos los miembros (y miembras) de Compromís. Es un hors d´age, como el Très Rare Cognac Brillet Gran Siècle. Pero en su caso, chupa caramelos para, además de intentar expandir sus Països Catalans, aportar azúcar a su torrente sanguíneo cuando va en «bisi» para no sufrir una pájara, en la jerga ciclista.

El caso es que tras el último fracaso del tripartito para reabrir Canal 9 (será una televisión de adoctrinamiento progresista, nacionalista y populachero: «Xè, les nostres festes»), alguien abstemio de caramelos decidió no renovar el alquiler a la Casa de los Caramelos, para evitar males todavía mayores.

Este ejemplar negocio fue comprado en 1937, durante la Guerra Civil, por Vicente García. Hasta entonces había sido una tintorería de dimensiones muy reducidas. Pero fue socializada. Naturalmente, fue un fracaso colectivista. Previsible. A la sazón, tambien se colectivizaban las barberías, que retornaban a sus propietarios (si estaban aún vivos).

El señor García me lo contó cuando me entrevisté con él en 1995 para un libro sobre dulcerías valencianas. Le pregunté entonces si «ahora (1995) se comen más o menos caramelos que en la época posterior a la extintorería comunista». Me respondió con esta frase lapidaria: «Mientras haya niños, habrá caramelos».

Puede que en esta frase resida todo el intríngulis de la relación políticos-caramelos. A Pedro Sánchez y Albert Rivera también deben de gustarles los caramelitos.

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