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Rajoy hace 'un Sánchez' y Sánchez, 'un Pablo'

La investidura fracasada de Rajoy ha tenido mucho de remake de la investidura fracasada de Sánchez en la anterior legislatura. Ambos han ido al Congreso con un pacto con Ciudadanos, cimentado en más o menos las mismas medidas; un pacto que, en ambos casos, era insuficiente (el PSOE sumaba 130 escaños con Ciudadanos; el PP, 169), y que en teoría acabaría completándose merced al voto o a la abstención de un tercer actor, que toleraría la investidura no por convicción, sino merced a las presiones, mediáticas y de otro tipo, que se aplicarían con prestancia. Ese tercer actor fue Podemos en la investidura fallida de Sánchez, y es el PSOE en la investidura, también fallida, de Rajoy.

Pedro Sánchez, que se quejaba, y se queja, amargamente de cómo Podemos dijo «No» a su investidura, ha hecho ahora lo propio, diciendo «No» a la de Rajoy. Y, desde mi punto de vista, ha hecho muy bien. No sólo porque carece de sentido que el PSOE se inmole para propiciar la continuidad del Gobierno, y de las políticas, de su principal rival, sino porque, además, se le pide (se le exige) que se abstenga a cambio de no se sabe muy bien qué. De muy poco. Seguiría Rajoy. Seguiría su Gobierno, y sus políticas. ¿Exactamente qué tiene que ganar el PSOE con todo esto?

Pese a lo cual, llevamos semanas con una espiral de presión mediática en perpetuo crescendo para «motivar» a Sánchez a que cambie de postura. Una espiral que está retratando a algunos de los principales medios de comunicación de este país de manera más sonrojante a cada día que pasa, con portadas en las que coincide el mismo protagonista, la misma acusación, e incluso el mismo verbo. El mensaje viene a ser: Pedro Sánchez aboca a España a unas terceras elecciones. Sánchez el malvado, que quiere robarnos la Navidad. Nadie recuerda, en apariencia, que si las hipotéticas terceras elecciones se celebran en Navidad será por voluntad de la presidenta del Congreso, Ana Pastor, que fijó la fecha del debate de investidura tras consultar con Rajoy. Pero, por misteriosas razones literalmente imposibles de explicar, el responsable de todo ello sería Sánchez, no quienes adoptan la decisión.

Por supuesto, los motivos de Sánchez para votar No distan mucho de ser altruistas. Si el PSOE propicia la formación de un Gobierno que no esté liderado por el propio PSOE, y que además lo esté por el PP (y por Rajoy), más allá del inevitable desgaste electoral que ello comporta, se iniciará la maquinaria en el PSOE para sustituir a Sánchez como secretario general. Si hay terceras elecciones, Sánchez gana tiempo. Si consigue la „más que improbable„ carambola de formar un Gobierno con Podemos (y con la aquiescencia de Ciudadanos), alcanza la presidencia. En cambio, si entroniza a Rajoy, es el principio del fin. Pero sus motivaciones no invalidan la legitimidad de su decisión.

El correlato más peculiar de los que defienden formar Gobierno a toda costa es el mantra, repetido constantemente, de que resulta imprescindible acometer "las reformas necesarias". Está claro que Ciudadanos quiere reformar cosas (no muy impactantes, pues en su mayoría se trata de medidas voluntaristas y/o demagógicas; tanto, que pueden pactarlas tanto con PSOE como con PP). Pero resulta complicado saber qué reformas podría querer hacer el PP en un futuro Gobierno, teniendo en cuenta que se ha pasado cuatro largos años disfrutando de una mayoría absoluta sin que las famosas «reformas» hayan hecho apenas acto de presencia. Y menos mal, porque cuando se habla de reformas necesarias en realidad lo que se quiere decir es «los recortes impuestos desde Bruselas», felizmente congelados desde hace un año merced al eterno gobierno en funciones de Rajoy, que ahora puede ser más rajoyista que nunca: «mire usted, señor de la troika, yo reformar, reformaría, pero aquí estoy, en funciones, viendo la etapa de la Vuelta a España».

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