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En septiembre, exámenes

Se trata de un anacronismo desahuciado en el sistema educativo actual. Resulta tan extemporáneo como la situación política por la que atravesamos. Por seguir el símil: los repetidores son tropel y juegan con el riesgo de perder el Curso para vergüenza propia si acaso la tienen y escarnio de la muchedumbre, atónita ante el espectáculo cuyo reparto de papeles no acierta a concluir la obra que todos esperamos con un desenlace que nos alivie de la incertidumbre y la perplejidad. Los actores, pésimos aun los más afamados, el guión una mala destilación de incongruencias y saltos en el vacío.

No se trata de los efectos del síndrome post-vacacional de los que han podido gozar de vacaciones. Ni de un pesimismo anclado en la edad y la experiencia que proporciona el paso del tiempo.

Se trata de constataciones, de hechos, que no presagian nada favorable a los intereses de la mayoría social expresada en las urnas de manera reiterada. Ignoro si las repeticiones tienen como objeto el cansancio y aburrimiento del electorado, lo que constituiría un atentado de lesa democracia además del desprecio por la Como buenos repetidores, ya de exámenes septembrinos ya de Curso, estos malos alumnos parecen pensar que el hastío conducirá a la rebaja de las exigencias de los maestros además del alumnado cumplidor de sus obligaciones, en este caso los electores. La rebaja de la exigencia viene a ser un bálsamo para los gandules e indolentes que pueden llegar al aprobado general por la indiferencia de los mismos condiscípulos. Se iguala hacia abajo, con resultados nefastos para la calidad de la enseñanza, en el caso para la calidad misma de la democracia.

Una especie de indulgencia plenaria, una amnistía que nos obligue, una vez más, a cumplir la condena del olvido, el pasar página a tantas tropelías como las que se han sucedido en los últimos años en nuestro país por obra y gracia de los gobernantes apoyados por mayorías de aplastamiento de la diferencia, de la discrepancia, ayunas del debate de programas e ideas.

Entre tanto la parálisis aumenta los riesgos, estos sí colectivos, que a todos afectan. Una parálisis que no afecta a los gobernantes «en funciones», al menos por lo que respecta a algunos elementos de su programa de siempre, expuestos de manera descarnada e incluso insolente. Tal la llamada propuesta „antes fue una especie de ukase del profesor-ministro Montoro„ de suprimir los transportes públicos urbanos en razón de su déficit recurrente. Una estupidez mayor que ignora que este servicio público, como otros, es un bien público que procura lo que se conoce como economía externa para el buen funcionamiento de empresas y familias. Los efectos de su supresión habría que preguntarlo a los comercios, a las fábricas o a la movilidad y puntualidad de los trabajadores camino de sus ocupaciones. ¿Es imaginable un Corte Inglés sin Metro ni autobuses?.

Harían bien en leer, si pueden y quieren a Stiglitz en sus recientes recomendaciones para el conjunto de la Unión Europea ( Seven changes needed to save the euro and de EU, The Guardian, 22 agosto 2016). Recomendable, por supuesto para los dirigentes de la Unión Europea. En todos los cambios que propone y con una referencia actualísima entre nosotros, el sacrosanto límite del 3 % del Déficit tan caro a la nueva ortodoxia socio-económica ante el cual no cabe más remedio, dicen, que hincar la rodilla y bajar la cerviz.

La parálisis directamente a la financiación, ahora injusta, de Ayuntamientos y Generalitat. Además de no proponer y desarrollar un nuevo modelo, adecuado al presente, de financiación para los entes locales y la Comunidad autónoma, se puede llegar a la conclusión de la ineficacia de los nuevos gobernantes salidos de las urnas, sin repetidores, en mayo de 2015. Una especie de profecía auto-cumplida. Lo que al desprecio se suma la saña sobre quienes además de endeudados por el despilfarro y el saqueo, puede que no consigan enderezar el rumbo que dejaron maltrecho los «en funciones» y sus colegas desalojados entre nosotros por las urnas. Un sarcasmo que no dudará en desenfundar la hueste aguerrida que piensa pasar página y resucitar las viejas entelequias locales, de la identidad polvorienta a la lingüística, acuática, o manifestaciones anacrónicas como los llamados «festejos» (!!) apellidados de populares.. Todo según convenga, camino que puede conducirnos de la cleptocracia a la mafiocracia sin solución de continuidad.

Las consecuencias amenazan la incipiente recuperación económica. El ejemplo de la contratación de obras públicas que siguen siendo necesarias más allá de las luminarias de la Alta Velocidad entre Toledo y Cuenca, los eventos de espectáculo efímero, es una buena muestra que roza el delito democrático. Una caída de más del 20 % en un año en España tiene su traducción en el empleo, en las pensiones que dependen de la creación del empleo y crecimiento de los cotizantes activos sin precariedades instauradas por los gobiernos de la derecha, y en el funcionamiento de miles de PYME a su vez empleadores natos.

La paralización de las inversiones públicas, su retroceso afectan al comportamiento de los inversores privados que optan por el camino más fácil, no contratar, contratar en precario o al margen de la legalidad fiscal, y por supuesto no ampliar sus inversiones. Recursos que esconden en la economía sumergida o la financiera, con frecuencia en simbiosis más que sospechosa. O como hemos visto hacia paraísos más terrenales, de Panamá a Liechtenstein.

El buen año turístico apaga su llamarada de precarización del empleo con la llegada de los exámenes, el preludio del otoño. Resulta conveniente que juzguemos a estos malos alumnos, y exijamos que el nivel se iguale por arriba.

De lo contrario estamos abocados a una convocatoria de exámenes extraordinaria como prueba del fracaso del sistema en manos de irresponsables. Más aún si se endosa la culpa al «otro» en actitud tridentina que de inquisidores andamos sobrados.

Si todo es, o era, sainete, mala la oportunidad, pésimo el texto y peores los actores.

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