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Julio Monreal

El precio de una investidura

Pedro Sánchez prometió en mayo a los electores que no habría terceras elecciones pero no ha querido poner precio a su abstención en la investidura de Rajoy. Ahora es el centro de todas las miradas y la diana de los puñales

Solo 48 horas después de su mitin en Burjassot, el 25 de mayo, Pedro Sánchez se comprometía en Sitges, en un acto organizado por el Círculo de Economía, a que fuera cual fuera el resultado de las elecciones del 26 de junio no habría terceras votaciones. Ese anuncio, que tiene el valor de promesa electoral porque se produjo en el marco de una campaña, es exigible directamente ahora por los ciudadanos, que contemplan atónicos cómo los principales partidos políticos no son capaces de gestionar dos mandatos de las urnas y especulan con estrategias para ver cuál sale menos perjudicado de esta sucesión de fracasos.

Que no vea el lector en esta tribuna una presión sobre el líder socialista al estilo de las que dicen que realizan Iñaki Gabilondo, Francisco Marhuenda o los capitostes de las empresas del IVEX 35. No hay color ni tampoco nivel. Pero sí la voluntad de proclamar, exigir si cabe, que los compromisos adquiridos ante los ciudadanos durante las campañas electorales sean cumplidos cuando, como es el caso, se dan las condiciones para hacerlo y también cuando está en riesgo la credibilidad del sistema y corre peligro la conexión entre la democracia y unos ciudadanos hastiados por la falta de soluciones.

Es cierto que en el concurso político español hay cuatro actores principales, pero ha de quedar subrayado que el del puño y la rosa, después de las dos votaciones de esta semana en el Congreso de los Diputados, está en situación de participar, con sus votos favorables o con su abstención, en todas las combinaciones posibles para que haya nuevo Gobierno y no sea necesario votar en Navidad, aunque también Ciudadanos cumple esa condición. Su voto en blanco permitiría que prosperara un Ejecutivo del PSOE con Podemos exactamente en la misma medida que la neutralidad de los socialistas haría presidente al candidato conservador. Pero parece que nadie está dispuesto a presionar en ese sentido.

El fracaso de la investidura de Mariano Rajoy ha devuelto a Pedro Sánchez un protagonismo que había perdido en los comicios de junio. El líder socialista quería ver al presidente del Gobierno y del PP rodilla en tierra, buscaba esa victoria personal, y ya la tiene. Pero eso no desbloquea la gobernabilidad de España. Y él ha vuelto a la encrucijada en la que lleva instalado desde que Podemos irrumpió en la escena política. Ahora, la parte del hemiciclo que se ha impuesto a Rajoy en esta segunda investidura fallida empuja a Pedro Sánchez a la palestra para articular un gobierno de cambio por la izquierda y los nacionalistas. Y se escucha al lehendakari Íñigo Urkullu que debería postularse como candidato a la Moncloa de nuevo, dejando entrever que podría aportar el apoyo del PNV. Y lo mismo hacen Rufián (ERC) y Baldoví (Compromís), mientras Pablo Iglesias (Podemos) le invita a tomar la iniciativa mientras le coloca banderillas negras en su bronceado lomo.

Hay más confianza en Sánchez fuera de sus filas que en su propio partido, en el que tanto antiguos dirigentes (Felipe González) como actuales líderes territoriales (García Page) no han parado de indicarle el camino «recto», que no era otro que la abstención para ceder el paso a Rajoy. En el socialismo valenciano, la adhesión va por barrios. Mientras José Luis Ábalos y Carmen Montón cierran filas con el líder e incluso el primero se permite el lujo de reprender públicamente a quienes no secundan la doctrina con la fe del carbonero, el aparato del presidente Ximo Puig mide sus palabras, invocando constantemente a la reflexión. Él ya gobierna con los nacionalistas y con Podemos, y está obligado a mantener el equilibrio y a no realizar declaraciones altisonantes y maximalistas.

Los socialistas, desde luego, tienen mucho que reflexionar. Si no sale el Gobierno de cambio con la izquierda y los nacionalistas tendrán otra vez la pelota en su tejado y la presión en la nuca. Habrán de elegir entre su estrategia de partido y su compromiso electoral de evitar unas terceras elecciones. Y tienen menos tiempo que los demás para decidir. Retrasar la solución para cuando pasen las elecciones autonómicas vascas y gallegas sólo funcionará si salen bien parados de ambas, y no van por ahí los augurios. Ascender sobre un fracaso es más difícil que pactar un armisticio y salvar los muebles. Puede que Pedro Sánchez se arrepienta de no haber puesto precio a su abstención en la reciente investidura fallida. Rajoy decía en el debate que no se puede pedir lo imposible, pero es eso precisamente lo que hay que pedir para cosechar algo significativo cuando las cosas se ponen tensas.

Los socialistas pudieron pedir la Luna, o el cumplimiento de las 50 medidas de gobierno que firmaron en marzo con Ciudadanos y se han caído del pacto de estos con el PP. O la marcha de Rajoy por sus SMS a Bárcenas y las condenas por corrupción. Pero no pidieron nada. Ahora todos les piden a ellos, y el tiempo se acaba.

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