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Tributo a Dénia (a Borja Ribera)

Cada vez resulta más difícil acceder al conocido como cementerio de los ingleses en Dénia. Tras las lluvias de días pasados el terraplén de unos tres metros de altura que hay que escalar para acceder, desde la Marineta Casiana, al pequeño espacio que cobija el singular tributo a Denia de John Dos Passos, resulta casi inaccesible. Superadas las dificultades, allí, en el histórico camposanto, una placa reproduce el poema del famoso autor norteamericano, novelista, viajero, intelectual, miembro de la denominada generación perdida, como Scott Fitzgerald y Hemingway, que participó en la 1ª Guerra Mundial y nos dejó escrito en, Viajes de entreguerras, textos en los que parece que el tiempo no hubiera transcurrido desde entonces, cuando afirma, "cómo puede el nuevo mundo derrotar a la férrea combinación de hombres acostumbrados a mandar".

En su paso por España, en 1922, aseguró que sería hermoso morir, joven, en Dénia, How fine to die in Denia, y este poema figura reproducido en el monolito de la familia Rankin situado en el centro del pequeño cementerio, que libremente traducido viene a decir, «qué hermoso sería morir en Dénia, joven, bajo el abrazo del sol, junto al azul ardiente del mar y el reclamo de los cerros - posiblemente el Montgó. Así pudrirse en el suelo áspero y fundirse en el fuego omnipotente del incandescente dios solar, para encontrar una súbita resurrección en la cálida uva nacida de la tierra y la luz».

Allí desde el cementerio inglés se recuerda que Dénia está indisolublemente unida al comercio de la pasa. El comercio de la uva seca con Inglaterra, muy valorada por su alto valor calorífico, se desarrolló durante la segunda mitad del siglo XVIII y a lo largo del XIX, con presencia de numerosos ciudadanos británicos cubriendo el paisaje con viñas y construcciones como los denominados riuraus que Javier Bonilla describe con ilustración en su brillante trabajo sobre la Arquitectura suburbana en el Marquesat de Dénia. Una lectura de sus villas en clave edificatoria.

Y por entonces fue cuando el vicecónsul inglés en Dénia impulsó la construcción de un cementerio para enterrar a sus compatriotas, no católicos, que tuvo lugar en 1856, produciéndose el último enterramiento en 1918, siendo un total de 14 personas las sepultadas en el mismo. Manuel Vicent, vecino de la zona, en las páginas finales de Son de mar, viene a referirse al cementerio de Circea, pequeño cementerio marino cuyas tapias están colgadas del acantilado, con una descripción que podría ser el protestante de Dénia, donde se daba sepultura a los navegantes de los paquebotes ingleses, según afirma una leyenda local. Hoy existe un proyecto de convertir el cementerio en zona verde pero está pendiente de la resolución administrativa que incida sobre el procedimiento de expropiación iniciado hace unos cinco años.

Desde este cementerio marino de Dénia en los días que sopla el claro mistral puede verse a Levante la silueta de Ibiza. Desde este punto puede que Maria Ibars estuviera cuando escribió el texto que puede leerse en el km. 0.5 de la Marineta Casiana, «I en veure´s en mig de bellessa tanta un somrís li plena de dolçor la cara».

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