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Bestia angelical

Cuando les preguntas a los niños que quieren ser, de mayores, son menos los que contestan que astronauta, bombero o doctor y más los que quieren ser veterinarios. El primer bestiario que leí fue ´El libro de los seres imaginarios´, del chacarero Borges, y el último el ´Bestiolari. Bésties, bestieses i bestioles´, de Vicent Ferri, tan cercano y atentamente leído que hasta lo presenté y prologué y quedó mono, el libro, con epilogo del profesor Abelard Saragossà. El libro de Borges es ensueño y complacencia; el de Ferri, más acuciante y arrojado. Vicent y yo, de jóvenes (con melena) íbamos predicando la revolución por los tajos y las aulas con poco éxito de crítica y público. «¿Valió la pena? -se pregunta el poeta Pessoa - Todo vale la pena / si el alma no es pequeña».

Como Jonathan Swift, Ferri se sirve de los animales para hablar de cosas humanas, de esa nueva religión ternurista que eleva a los animales al altar doméstico de donde fueron arrojados lares y penates, vírgenes y señores de pontifical. Aquí sale el Dante, que calcula el numero de ángeles que viajan por el hiperespacio; los animales de ida y vuelta, migrantes sin papeles que se posan en nuestra charcas, de los gatos, pues si Ferri recoge los versos clasicistas de Borges, yo prefiero al oceánico Neruda, al que le sobran la mitad de palabras, pero en su arrastre de torrentera alumbra versos como «la cáscara irreal del cocodrilo» o «sus ojos tienen números de oro" (los del gato, que se cree cocodrilo)

No hay oposición entre ángel y bestia, eso es muy antiguo, a lo Pemán o así. No hay más que mirarnos. Ni son menos reales las bestias imaginarias (yo vi a Kukulkán, a Quetzalcoatl, a la serpiente emplumada, en el Beato de Liébana) y aunque hemos perdido la profundidad del mito y nadamos en aguas someras de cotilleo y prevaricación, vuelvo a Borges y sus seres de ensueño pues sé, sabemos, que gorilas, chimpancés, ballenas y delfines no es que casi llegaran a humanos, es que, tal vez, dieron un rodeo. El mejor lector del mundo era Borges, no como ese Harold Bloom, artillero, pesado, al servicio del Imperio.

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