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De voces y cantes

Si hay que apostar cualquier día sobre la identidad del invitado de Pablo Motos en «El hormiguero» yo lo haría por David Bustamante. Si no es quien más veces ha ido al plató, seguro está entre los plusmarquistas. Él, su señora Paula Echevarría o los dos por el mismo precio. La confianza y el compadreo entre cantante y entrevistador son propios de dos amigos y se agradece si sirve para que el programa vuelva a sus esencias gamberras, con las hormigas tan desmelenadas como sus alter ego Juan y Damián y hasta el alto del Dúo Sacapuntas recupere cierta gracia. A cambio, el programa anuncia en rótulos toda la gira de conciertos de Bustamante y todos tan contentos. Quid pro quo.

El tirón de los cantantes es innegable, aun en estos tiempos en que la venta de discos es una entelequia. Tal vez por ello se multiplican en conciertos y programas televisivos como «La voz», que ha vuelto a Telecinco con el mismo éxito incontestable de las tres ediciones anteriores. De nuevo Alejandro Sanz es el más destacado de los tutores y miembros del jurado, llamados coaches en honor al lenguaje universal. No es la única estrella internacional que se dedica a estas cosas, así que no nos preguntaremos por qué, la respuesta es porque toca. Y por eso ha vuelto Melendi a poner algo de chispa junto a la omnipresente Malú y al soso Manuel Carrasco. Demostrado queda que la mecánica del concurso funciona y que en sus primeros programas son los cantantes famosos los que compiten en realidad. Ellos han de convencer a los desconocidos vozarrones para jugar en su equipo. Y, claro, todos quieren irse con Alejandro Sanz, que se frenó en el primer programa para no llevárselos a todos.

Tiene gracia que las estrellas de la música, tras unos segundos de audición, prometan amor eterno a cualquier aspirante, le graben un disco o le supliquen un dueto. Menos gracia tienen cuando se obligan a bromear para llenar los tiempos muertos. En todo momento el buenismo del eterno presentador Jesús Vázquez se les contagia y todos andan con la emoción a flor de piel escuchando voces o repartiendo halagos. Hay lágrimas de Alejandro, de los escogidos, de los rechazados y, cómo no, tonos aflamencados para todos los gustos. En esto manda el sur, da igual que vengan los cantantes de Cádiz, Huelva o Santa Coloma de Gramanet. Todos los jurados saben captar el «quejío» porque aquí hasta los madrileños de cuna son andaluces de alma. Por contra, no lo tienen claro cuando participa una soprano. La ópera es otro cantar, los cuatro se miran dubitativos y solo uno se atreve a darse la vuelta. En televisión hace mucho que los tiempos son malos para la lírica.

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