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Un santuario ibérico dedicado al jefe de los ángeles

De pequeño me impresionó entrar en una de las salas del Monasterio de san Miguel de Liria y ver colgados del techo y paredes numerosos ex votos, figuras anatómicas de partes del cuerpo hechas de cera que la gente llevaba en acción de gracias al arcángel y príncipe de todos los ángeles.

El recinto está instalado en la cima de la colina donde se asentó Edeta, la capital de Edetania, el primer poso de la lengua y cultura valencianas. Numerosos han sido los restos cerámicos hallados en la loma desde donde se divisa hasta el Montgó de Denia. Cuna de tribus, ilergetes e ilercavones, que colonizaron desde aquí gran parte del territorio valenciano y regiones colindantes, en palabras de Josep María Guinot, esparciendo la lengua ibérica sustrato lingüístico prelatino.

En los documentos solemnes eclesiásticos redactados en latín se hace referencia a Edeta, por haber sido la verdadera capital cultural, social, económica y política de la zona. Valentia Edetanorum (del latín Valentia, «valor» y Edetanorum, en la región de Edetania) es el nombre que recibió la ciudad de Valencia en la época romana.

Como todos los santuarios ibéricos, éste de Liria es un punto estratégico cruce de caminos por donde transitaban carros y viandantes civiles y militares, cercano a importantes vías de comunicación y, sobre todo, a manantiales de agua. La arqueología confirma que, ya en época prerromana, las principales ciudades, como Sagunto. Estos caminos eran de tierra apisonada. El carro de rueda se introdujo en la Península Ibérica en el siglo X a.C., dice el profesor J. M. Blázquez.

De la religión del pueblo íbero poco se sabe, precisamente son los ex votos hallados de aquella época lo que más luz arroja a la cuestión. Eran ofrendas a las diferentes deidades, maneras de comunicarse con los dioses el personal de tierra, por lo general a través de sacerdotisas, llenas de adornos. De ellas se dice que viene la tradición de la mantilla y la peineta de las mujeres en las gran des solemnidades, citándose como ejemplo la Dama de Elche.

Como ha venido siendo inveterada costumbre, una religión aprovechó el solar del anterior para instalar la suya propia. Así lo hicieron romanos, primeros cristianos y árabes en lo alto de Edeta. Llegaron los reconquistadores cristianos y Jaime I donó en 1238 «castrum et villan de Lliria totam ab integro cum dominio et jure regio» al infante de Aragón don Fernando, y el antiguo templo de los dioses y diosas de la cultura ibérica fue cristianizado de nuevo y dedicado al Príncipe protector de la Iglesia, san Miguel, que aquí es sant Miquel de Lliria.

Desde el siglo XIII, Liria no ha parado de rendir culto y veneración al arcángel. Montón de gente allí se llama Miguel. Fue en 1411 cuando el P. Gilabert Jofré regaló al convento beaterio de mujeres, fundado en tiempos de Jaime II y ratificado por rey don Martín, allí instalado, una imagen del arcángel, de la que siempre se dijo fue hecha por el mismo autor, anónimo, de la talla histórica de la Virgen de los Desamparados. La donación fue en razón de que una hermana del fraile mercedario inventor del primer manicomio de Europa estaba allí de superiora. La bellísima imagen fue destruida, como casi todas, en la persecución religiosa de 1936, cuya memoria histórica se quiere borrar.

En la segunda quincena de septiembre tiran la casa por la ventana festejándolo con multitud y variados actos. Cientos de peregrinos acuden desde otras ciudades y poblaciones en estos días a peregrinar a su monasterio. Recomendado no perderse el mano a mano de las bandas La Unión y La Primitiva el 24, la baixà de sant Miquel el 28, la procesión el 29 y la pujà el 30. Y aprovechen para deleitarse con la gran cantidad de ofertas culturales y alicientes turísticos de todo tipo que ofrece este extraordinario pueblo, que tiene de todo, hasta carlistas en activo.

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