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Alfons García03

Ni Supersánchez, ni santa Susana

El presente magnifica los sucesos. Nuestro momento es siempre el más importante. Histórico, decimos, traicionando a la memoria, eterna perdedora frente a los sentidos.

Hubo un tiempo, entre 1972 y 1974, en que el PSOE se partió de verdad. Hubo un PSOE histórico, comandado por un viejo valenciano, Rodolfo Llopis, exiliado de la Guerra Civil, y un PSOE renovado, el de los vencedores del congreso de 1972, con el joven Felipe González a la cabeza, el mismo que hoy sienta cátedra desde consejos de administración. La historia es conocida: los triunfadores, no es sorpresa, se llevaron la marca socialista y, diez años después de aquella crisis y ruptura, arrasaban en una España que estrenaba democracia.

El pasado puede servir como clavo para la esperanza de los socialistas, los que quedan, cada día menos con carnet. Tal vez los que hoy lanzan mensajes apocalípticos sobre el futuro del viejo partido se equivocan.

El pasado sirve también para ilustrar que las luchas de partido son fundamentalmente de poder. La realidad es demasiado compleja para reducirla a héroes y villanos. Ni hay Superman Sánchez ni Santa Susana. Todo es siempre más mundano.

Tan cierto es que el superlíder ha maniobrado con el calendario orgánico para intentar blindarse en el puesto como que los dirigentes territoriales llevaban tiempo conspirando para propiciar un relevo en Ferraz. Aquel piensa desde que llegó, no sin motivos, que lo quieren laminar. Estos se quejan de que ha actuado de espaldas a los lugares donde el PSOE gobierna, complicándoles su supervivencia electoral en vez de alimentarla. Miedo orgánico. El lenguaje de la jerarquía ha triundado sobre el del entendimiento. Lo más ajeno a la política. Todo hubiera sido más fácil si Díaz hubiera sido menos timorata en 2014. Quizá no hubiera ido mejor al PSOE en las urnas (eso es materia de ucronía), pero el último año de enfrentamiento latente, como mínimo, se hubiera evitado.

Es verdad también que Sánchez se está agarrando a un imposible, a un pacto transversal con Podemos y Ciudadanos que cada uno de ellos ha dicho que es antinatura. La opción de un pacto con Iglesias y los independentistas ha sido rechazada por el propio equipo del líder por las condiciones que implica. Tan verdad como que vetar esa alternativa y decir que hay que evitar unas terceras elecciones solo deja espacio a facilitar un gobierno del PP, la parte que no se dice. Se deja para la lectura entre líneas. Tan verdad como que la reiteración de Sánchez en presentarse como el valedor del «no es no» al PP ha alentado a la militancia contra la parte crítica. Nadie había ido tan lejos en la historia moderna del PSOE. Si le sale mal, no habrá paz para el perdedor.

Pero quién dijo que en la guerra había normas. Hasta hoy, el partido lo va ganando Sánchez. Su principal objetivo de la semana era llegar al sábado y lo ha conseguido. Es evidente que la medida de fuerza „democrática, sí, pero de fuerza„ del pasado miércoles no ha tenido sentido si, al final, la agenda se mantiene y el futuro inmediato del partido queda en manos de un comité federal que ya estaba convocado por Sánchez.

Hubiera sido más normal esperar al comité, ganar por votación „el método siempre más democrático„ e invitar entonces a Sánchez a dimitir. ¿Por qué entonces la operación colectiva de dimisiones? Solo cabe pensar que porque la familia antiSánchez no tenía asegurado el control del órgano. Pero eso es ya aventurar.

La comparecencia, no obstante, de anoche del líder dio la impresión de último intento por la supervivencia de quien se ve en minoría y ofrece la última declaración de amor ante una noche larga. Quizá, quién sabe, en el último momento, traspasadas todas las líneas rojas, triunfen la política y los puentes. Pero eso, posiblemente, es utopía.

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